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Honras fúnebres Por César Nieto Para Páginas Ilustradas CAPITULO II Marques El Excelentísimo señor don Augusto de la Vega Campollano Rodriguez de la Mota Sarsfield, que con todos estos rimbombantes nombres figuraba en los registros del cuerpo colegiado de la nobleza; el señor Marqués y Conde, a pesar de ellos, de sus títulos, condecoraciones y grandezas, era un bandido. vale más decirlo de una vez, para que sus gloriosos hechos no causen desilusión. Tenía todas las generales de la ley para brillar en el mundo en que brilla lo que reluce, aunque sea hojalata dorada al fuego. Figura agradable y elegantísima, eso sí; rico por su desgracia y la agena, sin más ocupaciones que jugar, beber y sus anexos, haciendo todo el daño posible y cogiéndole por entero y sin desperdicio aquello de quimerista, seductor, etc. etc. que nos decía Zorrilla de don Juan Tenorio.
Sus nobles progenitores le dejaron nombre y fortuna, pero ninguna de las excelentes cualidades que ellos poseían y que se llevaron integras la tumba, quedándose Augusto libre, feliz independiente, sin más carga que su hermana Rosa que era completamente su antitesis.
Por no sé qué vinculaciones de la ley de mayorazgos que será cosa muy buena, pero que a mí me ha parecido siempre absurda y estúpida, la hembra sólo tenía derecho una parte relativamente insignificante de la fortuna heredada, cuya administración corrrespondía Augusto. Tuvo éste la pésima idea, puede ser que diabólico plan, de invitar a su mesa, casi cotidianamente algunos amigos de su calana, que naturalmente, le halagaban y explotaban más y mejor. Botafumeiros de todas las infamias y picardías del Marqués, que no eran pocas tenían, cual más cual menos, sus planes y pretensiones con respecto Rosa que, aunque no rica, no era de despreciar.
Como ésta, por su carácter, era, hasta cierto punto, un estorbo para Augusto quería el aristócrata deshacerse pronto de ella, por lo cual veía con satisfacción las insinuaciones de sus amigos, y muy especialmente las de uno de ellos que en realidad nada tenía que envidiarle en cuanto a sinvergüenza. Sobre ello hizo claras indicaciones su hermana, pero ésta veia al pretendiente como quien ve al diablo y rechazaba de plano todas las insinuaciones de su dignísimo hermano.
Rosa, que se pasaba sola la mayor parte del tiempo y que gustaba muy poco de asistir reuniones donde siempre tenía que saber alguna fechoría de Augusto, tuvo ocasión de conocer un día, no sé por qué rara casualidad, un muchacho arquitecto o ingeniero, algo así, natural de un pueblo de Extremadura y perteneciente a una modesta pero muy decente familia. Se estableció la simpatía, llegó el amor y un día Rosa le dijo a su hermano que contaba con su consentimiento para que el elegido de su corazón pidiese su mano. Subiose la parra el Marqués, hubo una de San Quintin, llovieron las amenazas sobre la infeliz Rosa, a la que conmiró con todas las aficciones si no rompía con el arquitecto y no se casaba en un dos por tres, con el amigo de marras.
Rosa ni lloró, ni se quejó: pero viendo la vida que llevaba Augusto y hallándose muy resuelta no sufrirle, dejó pasar unos días, le dijo al arquitecto que estaba dispuesta seguirle, y una mañanita, sin encomendarse Dios ní al Diablo, se van San Ginés in nomine pater, filio et espiritu santo, cátenlos VV. casados y ancha Castilla.
Tu recordarás Guillermo lo que se habló de ese matrimonio hecho por sorpresa, y las cosas que dieron a entender ciertos periódicos. Efectivamente, lo recuerdo; y decir verdad, no salió muy bien librado el nombre del Marqués. Bueno, pues continúo. Lo primero que hizo el recién casado arquitecto, fué poner una carta su cuñado diciéndole que no le reclamaba, ni pensaba reclamarle nada de la parte de herencia que Rosa correspondía, la que, en nombre de ésta renunciaba. El nobilisimo Marqués se enfureció, aun más de lo que estaba y tuvo tal arranque que no contesto la carta quedándose bonitamente con la dote de Rosa, poniendo ésta, entre sus distinguidas amistades, de oro y azul, declarando rotos, para siempre, los fraternales lazos y no queriendo oír ni hablar de su hermana.
Cumplidas estas formalidades de su justa indignación, aumentaron, si era posible, sus hazañas y tropelías, dedicándose, por todos los medios conocidos y también por los desconocidos, a la caza de víctimas que sacrificar su insaciable apetito.
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