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La Nena Para Páginas Ilustradas Historia de Navidad Aun repicaban alegres las campanas an inciando el nacimiento del niño Dios. los habitantes de la antigua ciudad de Santo Domingo. capital de la República se echaban la calle bulliciosos con la guitarra parrandera, cantando tradicionales villancicosede Navidad.
Los viejos instrumentos de música olvidados todo el año, relucían entre las bocas y las manos metiendo ruido atronador y caprichoso, al que se unía el de las cornetas y tambores y el típico guicharo de los soldados, que en ese día clásico tienen libre asueto por toda la noche, concedido por el Gobierno, según costumbre añeja en la República Dominicana.
Los pobres soldados tan poco retribuidos por los gobiernos, esa noche están seguros de recompensar el mal año con obsequios y dinero, que porfia les prodiga todo el mundo sin distinción de clases. El procedimiento para obtenerlos sin pedir, es sencillo y hermoso: ellos se acercan a los hogares tocando el himno nacional, como recordando a los libres ciudadanos que son los guardadores de él. Al momento se abren las puertas y ellos entran en el seno de las familias fraternizando con respetuosa libertad: el vino es escanciado por los dueños de la casa y las delicadas manos de la elegante dama, lo ofrecen al rudo hijo del pueblo, que simboliza la Independencia de la Patria. For las puertas de los hogares abiertas de par en par, se veian los lucientes comedores, mostrando las mesas puestas de punta en blanco con limpio mantel y olorosas flores, que orgullosas mostraban sus colores a la luz de las bujías.
Las mesas arregladas con arte estudiado al efecto de abrir el apetito, parecían coquetas impacientes por recibir al rey del festín el enorme lechón asado fuego lento, que aparece en la gran fuente, tendido en un fondo de verdes lechugas; al sustancioso caldo del sancocho nacional, rico y sabroso; y la pirámide de pastelillos dorados y calientes, y el inseparable de todo esto: el dulce y blanquísimo arroz con leche moteado con polvos de canela y su gusto especial de gengibre.
Un amalgamiento de olores se extendía en el ambiente, perfumes de flores tropicales y aromas de cocina cargadas de especies con barruntos de la pólvora de los triquitraques. el todo, en esas noches apacibles, luminosas de diciembre antillanas. La capital olvidaba en las almas, sus odios y dolores, para lanzarse la expansión del regocijo compartido de regalada Nochebuena!
En medio de aquel derroche de bulliciosa fiesta, hacía contraste una suntuosa casa de labrada piedra: cerrada y sombría, parecia protestar de aquella alegría. Se diría deshabitada, si un debil rayo de luz, no se escapara fugitivo por uno de los balcones: alguien velaba allí. En efecto, un hombre, no muy joven, sentado frente a un rico escritorio tenía un libro abierto, pero no leía, apoyaba el codo en el borde del escritorio, descansando la barba algo gris, en la mano derecha y los ojos distraidos corrían per la estancia.
Tres arrugas dividían su frente anunciadoras de concentrado dolor en sus penosas profundidades, la boca apretada y cejas fruncidas, revelaban en aquel cerebro la tensión de un pensamiento cruel, La música pasó estrepitosa debajo del balcón, llenando con su algazara la habitación. El hombre dió un furioso puñetazo en el escritorio y exclamó con amargura. Maldita noche, que viene con su alegría insultar mis recuerdos. Sí, hoy hace un año yo, el rico banquero, soy el sér más miserable de la tie3064
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