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bra, sonaba horrible en su pecho. como el grú grú del cuervo en una caja rota y vacía El esposo no podía más, se inclinó sobre la marmorea frente para ocultar su emoción, besándola y enjugando con la seda del bigote, el sudor mortal de la pobre tisica, diciéndola con sollozos sin lágrimas. No hables, te fatigas. Pablo, escúchame. es preciso que aproveche mis últimos momentos para decirte algo terrible. Su acento se extinguió y pareció vacilar. hizo un esfuerzo y prosiguió. Te acuerdas de Enrique, el joven secretario que vino en una de las comisiones científicas hace siete años, cuando el descubrimiento de los restos de Colon en la Catedral de Santo Domingo. Tosió angustiosamente, alguna cosa se rompía allí dentro y la sangre se le agolpaba la boca. El pulmón arrojaba aquellas encendidas rosas de muerte, a la orilla de sus labios. Pablo con amante mano las recogió de ellos en su pañuelo; y sus lágrimas contenidas hasta entonces, presurosas se desbordaron en rocio sobre las encendidas rosas de muerte. No llores, dijo ella: soy indigna de tus lágrimas, Enrique era. mi amante. Delira. exclamó él.
Ella meneó la cabeza y repuso. No deliro! Mas jah! hemos sido bien castigados. Enrique ha muerto en medio de una orgía asesinado por su mejor amigo, hace dos años, cuando lo supe, me sentí herida de muerte y ahora ya ves. y mostró sus descarnados brazos con un jadeo de tos. María. gritó él: la fiebre te hace ver visiones que no han existido jamás! Con voz débil, pero firme, ella le interrumpió: Digo la verdad. Los rasgos de su fisonomía se alargaron y descompusieron. Me muero, susurró.
El la miró asustado y con ansiedad dijo. Dime que eso no es cierto. Ella hizo un movimiento penoso y con gran trabajo, sacó un paquetito de debajo de la almohada, lo alargó a su esposo, y más muerta que viva, siguió agitándose con estridente tos Pablo lo abrió con mano trémula, cayó una fotografía al suelo: él la recogió, representaba un apuesto joven. El palideció densamente y leyó la dedicatoria: mi bella María, de su amante Enrique.
Un grito de ira salió de su pecho y acercándose la agonizante, levantó sobre ella la mano airada. mas no cayó. Miserable, dijo: en dónde está mi honra y tu amor mí. Pero si no es posible. y apretó los puños con furor, la carta chasqueó entre sus dedos, se fijó en ella. He aquí otra prueba del delito! La abrió sobre el papel se veían unas líneas mal trazadas; y trechos manchado de algo como sangre seca, su contenido era éste. María, sujetandome la herida te escribo. la pluma se había detenido aquí y seguia vacilante) Perdona. al desgraciado. que mancilló tu virtud. un amigo te mandará. esta carta. detalles de mi muerte en la eter. nidad, Las palabras continuaban tan confusas que era imposible leerlas. Pablo la estrujó con rabia y gritó a su esposa. Si os tuviera aqui los dos, llenos de juventud y vida, os destrozaría entre mis manos. Malditos seais! Ella se estremeció, con ojos de espanto lo miró, murmurando. Perdón. El más bien lo adivinó. Jamás! Que te perdone Dios. Se alejó del lecho y se puso andar desesperado. De improviso una idea horrible hirió su mente, angus.
tiado corrió a la enferma y exclamó con afán. La Nena. de quién es hija la Nena. El a no respondió: la tos había cesado y un hipo estertoreoso silvaba en su garganta, la nariz se agitaba en anhelosa respiración y las sombras de la muerte se extendían por su faz.
Responde infame, responde. María hizo un violento esfuerzo y en un ronquido dijo. La niña (Continuará)
Fulieta de Mc Grigor 3066
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