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El viaje la frontera Todos los diarios han deleitado más o menos sus lectores con una crónica del famoso viaje, aunque en mi sentir, el corresponsal de la Prensa Libre es el único que dio la nota afinada por sus sagaces observaciones y por la sal con que ha ade rezado el sabroso plato que saborean los lectores de esa publicación. Yo que no soy ni periodista, ni repórter, ni escritor, ni nada que se padezca, segúu opinión de un corresponsal quien mucho admiro por su talento y tacto, me he metido en el empeño de dar la publicidad algunos apuntes intimos, la crónica social, llamémosla así, de la expedición fronteril.
De San José Santo Domingo nada notable pude apuntar en los puños de mi camisa, pues no llevaba cartera. ni puños.
Ahí, después de un almuerzo servido por unas simpáticas muchachas que recogieron más piropos que dineros, compré un sombrero de palma que adorné con un hermoso pañuelo de colores. El conjunto mereció los aplausos de una de las corrongas y la crítica de Pio Fernández y de Calsamiglia. Pero como yo no tengo fe en eîlos como árbitros de la elegancia, me calé el chapeau y horcajadas sobre uno que parecía pertenecer la raza caballuna, emprendí la marcha con rumbo Esparta. Qué sol. Qué polvo!
Llegamos la ciudad de Espíritusanto de Esparza y después de comer regular, mente, asistimos una retreta que nos hizo taparnos los oídos y correr hacia el hotel en busca de una cama tijera.
Logramos encontrar una y, en compañia de Tomás Fernández y del doctor Arana, nos acomodamos lo mejor posible.
Pero, imposible dormir!
En los cuartos fronterizos armaban un escándalo feroz unos cuantos cazadores que referian sus aventuras maravillosas.
Contaba el doctor Carranza que una vez había matado una renada y un venadito y que sólo se había escapado el padre.
Una voz cavernosa le preguntó. Verdad que al día siguiente apareció muerto. Porqué?
Pues. suicidado de la pena de verse solo!
En otro cuarto, unas cuantas mozas alborotadas con el vecindario y con los galones de tanto militar, reían y charlaban como ellas acostumbran hacerlo.
Por fin Morfeo se apoderó de nosotros y tras unos cuantos ronquidos sonoros intempestivos perdimos la noción del tiempo. las 12 a. Justo Facio nos despertó espetándonos unos versos de su cosecha. No hubo quien resistiera y. tomar primero café y luego el tren.
Ese fantástico tren de Esparta con interrupción en la Barranca y paso en andarivel en bote.
La llegada Puntarenas fué una ovación. Los amigos viejos con ese calor meridional que sella los actos todos de los porteños, nos recibieron en sus brazos y nos apretaron duro. la carrera pude saludar unos cuantos amigos y. al Miravalles via la Ballena, Una travesía encantadora por el admirable Golfo de Nicoya, sembrado de bellísimas islas y cuyas mansas aguas parecen arrullar la embarcación. el almuerzo. Qué almuerzo! Se quedan chiquitos el Imperial, Monlouis, etc.
etc.
Nos dimos un atracón fenomenal pesar de la protesta muda y triste de Federico Calvo que no comió sino un gallo!
En cambio hubo quien se comiera hasta una ala del gobierno! qué hueso más sabroso! Pregúntenle Borges.
Un golpe de viento se llevó el sombrero de pita de Maximino Esquivel y tuve que cederle aquel hermoso conjunto de palma y pañuelo que tanto trabajo me había costado.
No fué sin sustos mayúsculos que pudimos llegar Ballena. Durante la travesía los jóvenes y algunos ya entraditos en años se entretuvieron en disparar sobre las diversas aves acuáticas que surcaban el Golfo. Tales fueron las averías causadas por los revólveres de los tiradores que don Cleto intervino y con esa su sonrisa peculiar rogó que dejaran algunas con vida. Cuarenta y tres tiros y ningún muerto!
Al llegar al puertecillo el vapor cabalgó por tres veces sobre los lomos de algún lagarto, alguna roca trozo de árbol, con gran peligro de nuestro equilibrio estable y 3067
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