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gran susto de los no acostumbrados esa accidentada navegación en que todo es malo: vapores, maquinaria, personal y río.
En Ballena encontramos una multitud de jamelgos que seguramente tenían los lomos hinchados del contacto de las hermosas sillas con que los cubrieron galápagos nuevecitos con todos los adelantos de la ciencia ecuestre.
En medio de una polvareda que podía cortarse con hacha emprendimos nuestra ruta hacia Filadelfia.
La noche era lobrega, el polvo la hacía aún más oscura y Santana Muñoz el Figaro de la comitiva convertido por su voluntad en guía, nos extravió dentro de una monteña donde este cronista dejó perdido el primer par de lentes.
Unas bombetas insólitas nos anunciaron después de algunas horas de camino que Filadelfia estaba, no la vista, que la llevábamos obstruída por el polvo, sino al al.
cance de nuestros oídos.
Alli nos recibló el Jefe Político, el amigo José María.
Después de comer en compañía de tres Galenos: Rucavado, Carranza y Arana y algunos compañeros más, nos dirigimos hacia la Escuela donde encontramos dos hile.
ras de sabrosas tijeretas que nos tendían amablemente sus, lonas. la izquierda cúpome en suerte tener al simpático inteligente Director del Liceo de Heredia, Brenes Mesén: la derecha pude distinguir, tapado por la espada, Cuco Mora.
El Padre Vilá y Justo Facio hicieron derroche de alegría y entre bromas subiditas de color nos adormecimos.
Muy temprano, en plena madrugada, nos despertó nuevamente Justo y salimos escapados en busca de un pozo para lavarnos. Aquello era una romería. Unos metían la cabeza dentro de un eng me huacal, otros hacían lo propio en baldes y los más afortunados logramos conseguir una palangana. El agua del pozo era de color de chocolate.
Después de un desayuno bastante pobre salimos con dirección «Culebras. qné referir la jornada larga, penosa, cansada que hubimos de hacer?
Tocónos en suerte, muy buenos compañeros y aunque nos extraviamos nuevamente, llegamos almorzar hacia las dos de la tarde.
En un cajón de pino iban las provisiones y cada uno, hermanablemente, metfa la mano y sacaba al azar, lo primero que encontraba. Padecimos una sed terrible pues no había agua que tal pudiera llamarse. En la tarde continuamos nuestra hégira hacia Santa Rosa, el lugar histórico donde nuestras tropas castigaron tan duramente a los yanquis. Qué cambio de decoración! El doctor Barrios que todo lo hace tan bien y cuya hospitalidad es patriarcal nos recibió con un verdadero banquete en el cual solo faltaron (por dicha nuestra) los discursos.
Al llegar Culebra un jamelgo, trotón impertinente decidió sacudirse los lo.
mos y el corresponsal del Noticiero volo por los aires y dió unas vueltas artísticas que hicieron el deleite de los demás. Así es la humanidad!
En Santa Rosa dormimos unos en hamacas y otros en camas sin que ningún incidente notable viniera turbar el sosiego que teníamos derecho después de 16 horas de cabalgata.
Como de costumbre nos levantamos mucho antes que el sol, enjaezamos nuestros jamelgos y pusimos la proa, es decir el hocico de las bestias con rumbo a La Cruz.
Esta fue una de las marchas menos pesadas porque el polvo no nos molestó y el camino es llano como la meseta de un billar.
Estrañeza causa los que por primera vez cruzan esas pampas la nivelación del terreno, la aridez enervante de esos llanos que forman horizonte y la violencia del vento que azota aquellas desoladas El poeta Calsamiglia montaba una mula ética y cansado de espolearla, habiendo regiones.
agotado todos los versos de su repertorio y todas las palabras nigroinánticas del habla castellana, decidió dejarla marchar a su gusto, y ¡cosas de las mulares bestias! entónces tomó un trotecillo de cochino y avanzó con rapidez relativa. cuántas meditaciones se presta esto. La Cruz! Gracias a Dios. Nos desmontamos y caemos en brazos de Luis Urbina. El Cholo Urbina! Todos los compañeros del Instituno Nacional recordarán aquel muchacho delgadito, moreno, de mirada reluciente y recto como un poste. El Cholo. Cuántos recuerdos de la infancia!
Comimos militarmente, conversamos un rato, dimos una vuelta por los ranchos vecinos donde encontramos Pío el Conquistador tratando de convencer una guapa moza de que todos sus galones los había conquistado en campañas. iguales y ros acogimos al Padre Vilá para que nos librara de la tentación. las ocho colgamos nuestras hamacas; otros, menos previsores se tendieron en el santo suelo y los más afortunados se apoderaron de seis tijeretas y de igual número de camones dispuestos como los camarotes, las nueve un repique bien sonoro en 3068
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