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titos: nada; después, con la cara contraída en pucheritos, buscó en una canasti ta. nada. Las lindas pupilas perdieron su brillo y por último, con mano tarda y desconfiada abrió una vieja caja de cartón, estaba vacía. La ausencia de jugetes era completa. La desilusión agitó su pequeñin cuerpo, que temblo al perder la esperanza acariciada en sus sueños infantiles, de muñecas y casitas, todo un mundo en fantasías y colores, con que la Nena había delirado en ese largo año, entreteniendo la soledad de su almita por la falta inconsciente de ternuras maternales, en la esplendez imaginativa de la niñez. La chiquitina se dejó caer al suelo. Sentada allí, con la cabeza oculta en las rodillas abarcándolas entre sus bracitos, lloraba con esas lágrimas fáciles y copiosas de la infancia; no obstante, su corazón de mujer en miniatura debía sufrir, porque los sollozos salian quebrados en dejos de desconsuelo.
Repentinamente cesó su llanto y con aire resuelto levantó la cabeza, un rayo de esperanza lucia en sus ojos cuajados de rocío! Miró el cuadro que ocultaba el velo de crespón: su mamita estaba allí, lo sab a. Se lo habían dicho.
Cuántas veces había deseado arrancar aquel velo que le ocultaba a la mamá y hablar con ella. Mas, ah! estaba tan alta y ella era tan chiquita. Pero esta vez lo lograria.
En actitud de heroína que va acometer una arriesgada empresa, se dirigio un elevado sillón: con infinitos trabajos para no hacer ruido lo arrastro hasta el pie del cuadro; se subió en el, extendió el bracito tratando de agarrar bien el velo en el centro; no alcanzaba Volvió la vista alrededor de la habitación buscando algo, con que hacer mayor altura a la pequeñez en demasia de sus seis años; se fijó en un cojin bajó del sillón y bábilmente colocó el cojín en él, luego corrió a la cama y tomó las dos almohadas que fueron hacer monumento en el sillón. Entonces con la agilidad febril de la niñez, se subió de nuevo él, sosteniéndose en equilibrio de pie. El conjunto era hechicero! En el pedestal púrpura del sillón, resaltaban las almohadas como dos pedazos de blancas nubes, en una encendida puesta de sol! La Nena enhiesta en ellas, con los ojos levantados en alto, la nevada frente echada hacia atrás con el oro de los rizos Hotando en el vacío, y los finos bracitos extendidos hacia la altura, semejaba un ángel gentil pronto a volar en un jirón carmesí de sol. La niña se agarró con una mano fuertemente del pesado marco del cuadro y con la otra tiraba del velo, que al fin se desprendió y cayó sobre ella que asustada, se lo quito de encima y lo contempló temerosa y triunfante!
Después, posó los ojos en el cuadro extasiada y con un movimiento inconsciente obedeciendo un recuerdo cariñoso, hundió con ternura su cabecita en el remedo de vaporoso vestido que cubría la pintura de la joven madre.
Del oscuro fondo del cuadro, la efigie se desprendía llena de vida, juventud y belleza que realzaban las gasas pálidas del traje de baile. Las manos caídas con languidez sostenían una corona de rosas un poco narchitas, y por algunos pétalos deshojados que fingian caer de sus cabellos, se adivinaba que la corona de rosas habia lucido en la hermosa frente. El artista había logrado pintar la expresión del alma, verdad en los ojos y los labios ligeramente se hundían en las extremidades de la boca con la sombra ardiente del pecado, la manera de carnales nidos cálidos por la concepción del beso al paso del ave voluptuosa!. los ojos con inmensa melancolía contemplaban las rosas marchitas, como quien mira el símbolo de otras más bellas y perfumadas ya deshojadas y sin aromas a pesar de estar en actitud baja sus ojos, ellos se extendian por toda la habitación!
La Nena se empino para alcanzar con sus labios, los labios del retrato; y viendo que no llegaba besó las puntas de sus deditos llevándolos a la boca de su madre y diciendo. Toma, mamaita. En este momento, espaldas de la Nena, se 3074

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