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abrió suavemente una puerta, y apareció el banquero: se quedó sorprendido, con faz cenuda y modo espectante guardó silencio. La niñita hablaba con la ima.
gen de este modo. Mamaſta, tenía muchas, muchas ganas de verte. No sabes qué triste está tu nenita desde que no te veo! Los juguetes que me diste, están viejos y rotos. qué feos! no los quiero, dijo con un mohín de desdén. Mirá, hoy es Noche Buena y el niño Dios no me ha traído nada, ni la otra tampoco. yo no he sido mala, repuso con gravedad. Después con vocecita afligida prosigió: Mamaita, la Nena está muy sola, ya nadie la quiere. Las facciones del banquero perdían su tirantez sombría y sus ojos se enternecían.
La chiquitita continuó. Quisiera irme contig. hay muchos juguetes alla? Pablo sintió un vuelco en el corazón, y la miró angustiado.¡cómo había cambiado! ya no era la niña hermosa de ojos vivos, de purpurinas mejillas; y rojos labios que mostraban la sonrisa feliz de los antojos satisfechos, por el amor de los padres. Ahora, era una criatura flaquilla, pálida, detenida en su desarrollo por falta de cariño; el parecido en pequeño, con su madre enferma, era fatal. la chiquilia se quería ir con ella! El banquero se aterro; hija suya o no, la Nena era el único afecto que podía curar las amaguras de su alma. El la había adorado, mejor dicho, la amaba: su amor de padre despertaba de nuevo ante el temor de perderla; pero en él, aún luchaba el orgullo.
La niña seguía hablando en son de queja triste. Mamaita, desde que te fuiste, mi papá no me besa nunca, nunca, y me mira con unos ojos bravos, que meten miedo a la Nena. Por qué está enfadado. lo sabes tu? Un sollozo intenso, con salvaje grandeza salió del pecho del banquero. El sentimiento vencía al orgullo! La Nena dió un grito y se refugió en el cuadro, buscando instintivamente amparo en su madre, y por una extraña casualidad, la corona de rosas de la pintura, quedó justamente en la cabeza de la niña; las rosas de la madre pecadora al contacto de la rubia cabeza de su hija, adquirían matices más vivos, prestas despedir aromas, con la pureza de sus primeras fragancias. La niña miraba con ojos de terror ai banquero, éste olvidando sus dudas, corrió hac a ella gritando: Hija mía, hija mía. y la ceñía entre sus brazos; la Nena desconfiada aún se echaba para atrás; mas al fin echó sus finos bracitos al cuello de su padre y viéndolo llorar lloró con él, que exclamó. Lloremos juntos, hija mía! la fuente de lágrimas contenidas en su corazón, rompian el dique, libres rodando en gruesas perlas formadas en el dolor sin salida de todo un año.
Padre e hija separados por la culpa de la mujer, ahora se unían en estrecho lazo frente a la imagen de la madre, y el hermoso grupo lavaba el recuerdo de la falta, en aquellas aguas santas de reconciliación con el ángel del hogar. El banquero bajó a la niña del sillón y la sentó en sus rodillas. La Vena cansada de llorar y con la idea fija de un desco, preguntó a su padre. Me traerá el niño Dios juguetes. Sí. hijita, mañana te los traerá. Ent dudosa replicó. Quién se lo recordará. Tu madre! La chiquitina se quedó pensativa luego, con repentina inspiración de gratitud, empezó tirar con sus manecitas besos al cuadro: los besos sonaban argentinos y volaban con alas de cristal la frente de la madre!
Después ella besó con profusión los grises cabellos de su padre ahuyentando sus últimos malos pensamientos; y con a volubilidad de la infancia, se reclinó en el pecho del banquero diciendo. Tengo sueño. Duerme, Nena, duerme!
El la arrullo en sus brazos con la ternura y paciencia de una madre, y la robustez amorosa de padre! La niña se durmió. Entonces, él miró el retrato de su esposa; los ojos del lienzo en su actitud humilde, lo miraban por debajo de sus largas pestañas con dulce confianza. Qué se dijeron él y la muerta? Algo sublime, porque la hija siguió durmiendo toda la noche en el corazón del esposo.
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