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Promesa Cristiana Para Daniel Ureña Fué en Bethania, en casa de Lázaro.
Marta, llena de respeto y de cariño por el Maestro, sentada no lejos de él, servíale con humilde atención.
Jesús, lleno de tranquilidad, junto a una mesa, mascaba con lentitud higos de Smirna que Lázaro para agasajarlo había comprado unos mercaderes que de Oriente marchaban hacia el mar.
María de Magdala, reclinada en el marco de una ventana, por la que entraba la brisa fresca y perfumada de la tarde, lustraba con un pedazo de piel finísima comprada en Akra, sus uñas sonrosadas y sus manos de cortesana, blancas y suaves por el continuo ocio. Tonos admirables y reflejos dorados arrancaban los últimos rayos del sol poniente su cabellera rubia, larga y rizada, siempre lustrosa y siempre bellísima.
Marta dijo. Maestro, ved María. Jesús, volvió la cara y dirigiéndose ésta, con tono pausado y enérgico, la dijo. Si aún adoras las cosas de este mundo, no debes pensar en mí, que si amo el asco, bien me has oído condenarlo cuando ya pasa a ser liviandad y tentación Maria, avergonzada y con las mejillas enrojecidas, inclinó la cabeza y repuso. Perdón, Maestro!
Después acercándose un espejo metálico, desató sus rizos preciosos y perfumólos con esencia de nardos del Tiberiades.
Jesús que la observaba, díjole poniéndose de pie. María, repito que no puedes ser de mi rebaño, porque aún hay en tu sér, muchos de los caprichos adquiridos durante tu vida pasada. No me sigas, pues; desde hoy te lo prohibo. el Maestro se dirigió hacia la puerta para irse.
Magdalena corrió y arrojándose sus plantas, díjole sollozando. Todo, Señor, por vos. Todo lo abandono, porque sois bueno, y ya que quiero ser buena, concededme una gracia: prometedme que vos, que todo lo podéis, en época oportuna adornaréis con la cabellera más linda de la tierra una mujer hermosa y buena.
Yo no me enorgulleceré más de mis cabellos, que siempre han sido, por lo bellos, mi más preciada prenda. Hacedme esa gracia, Señor!
Jesús entonces apoyó sus manos largas, delgadas y blancas sobre la cabeza de la antigua pecadora, y levantando hacia el cielo sus ojos pardos y expresivos, dijo: Concedida.
Después, el Señor volvió lentamente hacia la mesa y mientras se sentaba, Marta, con los ojos dilatados, exclamo. Maestro: perdonad mi hermana sus caprichos. Aún es muy joven.
Los siglos. eternos caminantes hacia el pasado trascurrieron con fir.
meza y lentitud.
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