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de y se ampara de las cóleras divinas. Las primeras sombras de la noche con todos sus misterios, le colman la imaginación de visiones fatídicas, y todos esos espíritus diabólicos, que en su concepto revolotean en la obscuridad ávidos de asechanza, le intranquilizan el sueño y le inducen a elevar plegarias adorables, que suben hasta el cielo y mueven la genial benevolencia de las legiones bienaventuradas.
Pasa la infancia y entra luego la adolescencia. En esta edad se mani fiesta ya cierto indiferentismo místico, y la tendencia al libre examen, poco poco, va descuajando de la imaginación las abigarradas preocupaciones, para dar cabida al concepto positivo, de manera estable, cuando la adapta.
ción es completa, inestable, cuando ésta es el fruto artificial de una educación festinada. este propósito debemos hacer notar, que cuando la adaptación intelectual es deficiente, los métodos educativos no alcanzan por sí solos surtir los efectos de un verdadero avance intelectual; en este caso los fenómenos regresivos son frecuentes; pero en todo caso la influencia educativa, cuando es metódica, siempre tiene resonancia significativa, si no en deter minada individualidad, sí al menos en su descendencia, Tan poderosa es la influencia de la adaptación, que frecuentemente notamos la tenacidad de sus efectos, aun despecho de los regímenes educativos más radicales. En los colegios y universidades este fenómeno es de constante observación. Nosotros tenemos registrados algunos casos bien caracterizados y típicos. Uno de ellos se refiere a dos jóvenes, que se distinguieron en la escuela de literatura y jurisprudencia de la Universidad de Coy lombia, por la exageración de sus ideas filosóficas. Ambos fueron hasta las extravagancias comtianas y se afiliaron en el sectarismo liberal; pero más tarde, cuando abandonaron las aulas universitarias hicieron su entrada en el mundo de la realidad, la adaptación reclamó sus fueros y los condujo nn seminario, de donde, los pocos años, salieron ejercer lucidamente el magisterio sacerdotal. Uno de ellos hoy es obispo y tiere muchas probabilidades de seguir ascendiendo las gradas de la jerarquía eclesiástica.
La recíproca también es verdadera. Hemos conocido muchos jóvenes educados en colegios jesuíticos, que hoy figurán en el número de los librepensadores más convencidos, despecho de las grandes desis de filosofía tomista que se les propinara durante varios años y del ejercicio constante de las prácticas religiosas.
Estos ejemplos y otros muchos que no tenemos para qué citar en esta vez, demuestran suficientemente la primacía de la adaptación sobre los esfuerzos educativos, en lo referente a la evolución genética intelectual. Sin embargo, parece innegable que el influjo de una educación netamente científica y hábilmente dirigida, si no alcanza obrar una transformación com.
pleta en el alma de una juventud retrasada, sí la facilita y apresura.
No es tarea insignificante la de extinguir por el artificio y por la cons.
tancia el enjambre de las preocupaciones metafísicas de una conciencia arrullada por la religiosidad, para suplirlas con ideas racionales y prácticas.
Midamos por un instante esa distancia formidable que media entre el fetichismo y el período experimental, y entonces apreciaremos las dificultades conque se tropieza para determinar esa transformación en un corto lapso.
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