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menos bióticos gaños groseros. La unidad esencial del universo es para ellas una vulgaridad estulta, un atentado irreverente contra esa dualidad del mundo físico y del mundo moral, tan socorrida para los caprichos metafísicos como inconveniente para las apreciaciones reales. Cómo es posible, se preguntan, que los fenómeno smorales, tan sublimes y tan maravillosos, puedan ser también los efectos de las leyes que rigen la materialidad física. Cómo es posible que el pensamiento humano sea una función orgánica, como lo es la digestión cualquiera otro de los fenóEste cuestionario, declarado irrefutable por los espíritus retrasados y conservadores, tiene su absolución concluyente. donde quiera que la observación ha penetrado, ávida de luz, no ha encontrado sino materia en movimiento, y si bien es verdad que las modalidades de ese movimiento, entorpecieron por muchísimos años el criterio de la razón, haciendo que los efectos se confundiesen con la causa y la esencia con la forma más tarile estas apreciaciones, por virtud del análisis químico elemental. quedaron satisfactoriamente rectificadas, y pudo comprobarse que el mundo orgánico no difiere en esencia del inorgánico. En el primero, los elementos materiales poseen una vivacidad extrema, viven en un perpetuo movimiento de combinaciones y descomposiciones, van y vienen, se cambian, se agregan y se disgregan y se agitan en un maremagnum, en cuyo conjunto los compuestos fijos no figuran, sino de modo se.
cundario. En el segondo, las sustancias inorgánicas, no presentan la misma complejidad ni la misma instabilidad.
En el análisis de los elementos constitutivos del cuerpo humano, en su estado normal, no se han encontrado sino catorce cuerpos simples: oxígeno, hidrógeno, ázoe, carbono, azufre, fósforo, fluoro, cloro, sodio, potasio, calcio, magnesio, cilicio y fierro, con predomio del ázoe, el carbono, el hidrógeno, y el oxígeno.
Conocida, pues, íntimamente la naturaleza humana con qué derecho por virtud de qué lógica, pueden atribuirse los fenómenos del intelecto al influjo de causas intnateriales. Es acaso natural que efectos materiales, como lo son realmente los fenómenos del psiquismo, puedan derivarse de casualidades imaginarias y en abierta contradicción con el concierto del universo?
Claro que no; pero esa inercia que domina en la Naturaleza, ese quietismo cuyo arrullo se adormecen y se resignan las conciencias; ese pasivismo que hace «le las tradiciones, más o menos poéticas, más o menos ainables y consoladoras, un oráculo inapelable, un evangelio euténico, hace incomprensibles para muchísimos espíritus las demostraciones del experimentalismo científico, y por en le, retarda el advenimiento del período té.
lico de la evolución intelectual.
Es cierto que esa resistencia es una modalidad de la evolución genética; pero también es cierto, que al influjo de una educación persuasiva, de una enseñanza metódica y hábilmente dirigida, no es difícil desarraigar ese cúmulo de utopismos y de creencias inveteradas, que hacen del hombre un ser indefenso y religioso, un juguete de preocupaciones y un pordiosero, que desfallece en medio de los recursos.
Esa pretensión, hija también del fanatismo, de querer transformar en un momento los estados rudimentarios de la conciencia, y de arrancar de un 3111

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