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solo esfuerzo ese arcano de reminiscencias sagradas, que los hombres guar.
dan en su corazón como legados y reliquias de sus mayores, es un proceder contraproducente y que pugna con la tolerancia científica.
Nosotros no venimos, pues, en esta vez reaccionar con esa rudeza; no venimos imponer nuestro criterio, ni violentar creencias agenas.
Nuestro propósito se reduce presentar, con las mejores intenciones, un resumen sobre los períodos de la evolución intelectual, a fin de contribuir de algún modo en esta clase de vulgarizaciones convenientes. También nos ocupamos enseguida de la naturaleza de los fenómenos volitivos y de las manifestaciones del poder télico, sea el atributo por excelencia de la especie humana en su infatigable marcha hacia las cimas de la perfección.
La voluntad, sea la palabra abstracta de que nos servimos para ex.
presar el conjunto de los actos volitivos, es y será por mucho tiempo un recipiente de errores crasos y de conceptos desnaturalizados. La filosofía tradicional ha hecho de esta facultad ilusoria una entidad de todo punto estorbosa, Esa voluntad inexplicable los clásicos, no permite ni permitirá, mientras subsista en su calidad de abstracción, el expansionismo de las inteligencias. Su intervención arbitraria falsea todas las conclusiones, y hace improbos todos los estudios de ciencia social. Ella conduce los in.
vestigadores al equívoco, les engaña y les induce desandar la ruta de sus buenos propósitos, para entrar de nuevo en los eriales del teosofismo y recaer en las extravagancias de la fatalidad y de la predestinación, creencias vetustas, que Averroes, uno de los más notables comentadores arabes de Aristóteles, sepultó desde tiempos remotos en el laberinto de los errores muertos.
La voluntad escolástica, con sus espejismos engañosos, malgasta lastimosamente las energías de la inteligencia, en lucubraciones infructuosas, y reduce la inacción cerebros anhelantes y bullidores, y como fruto que es de los errores de la observación psicológica, subjetiva, no ha podido avenirse con las exigencias tangibles de la realidad.
Su fatídica intervención tiene desvirtuados y minados por su base infinidad de los convencionalismos y de las instituciones de todo orden, que los hombres han venido trazándose, para los fines de su vida gregaria. La responsabilidad, por ejemplo, se ha hecho depender de la libertad moral, cuya gradación es inapreciable y cuyas modalidades arbitrarias hacen im posible toda sistematización y todo cálculo. El derecho y también la libertad, fenómenos todos de la vida colectiva, son resultantes que se hacen depender estultamente de esa ficción, incompatible con la realidad de las cosas.
De ahí que las disposiciones del legislador, que la sana intención del gobernante, que los cálculos del economista, que los veredictos del magistrado, que las máximas del moralista, que las enseñanzas del maestro, que las sentencias de los tribunales, que los pactos del diplomático y que las artes del político, resulten inconvenientes, cuando no del todo inaceptables, en el terreno de los hechos cumplidos.
Nosotros, los latinos del trópico, brillantes soñadores y adoradores incondicionales de los utopismos, heredados y adquiridos, debemos preocuy 3112
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