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nuestros esfuerzos.
parnos del estudio científico de los fenómenos volitivos, como una medida de higiene pública. Así llegaremos saber en qué consiste esa disparidad formidable, entre la pujanza de nuestros deseos y la insignificancia de La indolencia que cargamos, por sí sola, debiera inducirnos dudar mucho sobre las virtualidades de la libertad moral, toda vez que no recompensa en manera alguna los honores del culto que se le tributa. Nuestros sociólogos, más no poder, y convencidos de que los hombres son los dueños absolutos de sus actos, explican la inacción y el abatimiento, como consecuencias inmediatas de la pereza, sin fijarse en que en este vicio, menos que causa, es una consecuencia natural y proporcionada de causas que, como el clima, la raza, y otras muchas, obran en concomitancia, aunque no de modo fatal, como más adelante lo veremos, al hablar de la télesis.
Importa, pues, que estudiemos la voluntad, considerada como motivo y no en el sentido vulgar de elección arbitraria. este propósito, debemos principiar por saber cuál es el fenómeno de la sensación, y una vez comprendido estaremos en la posibilidad de explicarnos satisfactoriamente la naturaleza refleja de todos los actos humanos, cualesquiera que sean sus manifestaciones y el grado de su complejidad.
La coexistencia de un medio sentido y de un individuo sensible, constituye la sensibilidad. Toda sensación es el efecto de un choque o de una excitación, así como éstas, su vez, motivan las reacciones conscientes subconscientes, de acuerdo con el grado de excitación, interior exterior, de la especialización de los órganos perceptores y de la mayor menor perfectibilidad de los aparatos sensoriales.
Binet en su tratado de Psicologia experimental, al afirmar que el estudio de las sensaciones y de los movimientos, el de la memoria y el de la duración de los actos psíquicos, son los que mejores resultados han dado en el campo de la experimentación, da esta definición de las sensaciones: Toda sensación dice se compone de dos partes: de un lado, una excitación exterior, una fuerza que modifica el sentido apropiado; de otro, una persona que siente, que desea conocer, que reflexiona y que obra. Durante la vida agrega el mismo psicólogo nuestro organismo está sometido un número muy considerable de excitaciones: los vestidos frotan constantemente contra nuestro cuerpo; siempre se producen ruidos nuestro alrededor; la vista encuentra un número infinito de objetos y puntos luminosos; en fin, en nosotros mismos se produce una continuidad de cambios orgánicos, como la respiración, la circulación, la digestión, etc. Nos encontramos, pues, siempre bajo el influjo de un número prodigioso de excitaciones de todas clases; pero las sensaciones por ellas producidas quedan la mayor parte en estado latente, fuera de nuestra conciencia; sólo un pequeño número llaman nuestra atención y llegan ser conscientes.
Todo acto, todo movimiento es el efecto de una sensación, es decir, tiene el mismo origen, la misma naturaleza. Su diversidad, que es inmensa, reside en el grado de la manifestación, y nada más. Una genial comparación de Enrique Ferri, en la cual afirma que entre el movimiento de irritabilidad del más ínfimo rizópodo y la acción consciente y deliberada del ciudadano más conspicuo de una república, no hay sino una diferencia de grado, es afirmación que no puede remitirse duda.
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