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. err und dac cia ind sac ciel del ciel que val 18 col cél col Fra esto to, dor la gador. Está ya evidenciada la naturaleza refleja de todos los actos humanos, aun de aquellos cuya producción se atribuye a la intervención de entidades sobrenaturales, como consecuencia de una entidad arbitraria, caprichosa y sin dependencia de las leyes que rigen la vida universal. Estos últimos escaparon por muchísimo tiempo a las tentativas del análisis; pero de pocos anos a esta parte, los avances de la experimentación han demostrado, que los fenómenos del intelecto son todos reflejos, desde el movimiento más insignificante hasta la idea más sublime y portentosa.
Si el pensamiento no fuese una función orgánica, sino el efecto de un frat lux arbitrario y fuera del orden físico, las facultades mentales no tendrían por qué estar acompañadas en sus funciones, de multitud de reacciones dinámicas. Pero Tizot, por ejemplo, ha podido demostrar que la meditación debilita como la evacuación excesiva. Prayer, Schiff, Féré y otros muchos han comprobado que las faenas intelectuales producen aumentos térmicos, exageraciones musculares, cambios químicos en la naturaleza de las secreciones, etc. Las sensaciones agradables excitan las glándulas secretoras y activan los cambios nutritivos; las deragradables determinan efectos contrarios. De ahí que los espectáculos deleitables inviten nuestros apetitos gástricos, y que las impresiones dolorosas, los pesares y las amarguras de la vida, acaben con los juegos pancreáticos, con las ilusiones y con las alegrías del espíritu.
No solo de pan vive el hombre. Las manifestaciones sublimes del arte, la belleza de las mujeres, las esplendideces de un cielo azul, y esos grandiosos espectáculos que la naturaleza ofrece nuestra contemplación, son festines que reparan nuestras fuerzas y que llevan la vitalidad al seno de nuestros organismos.
Si la mentalidad no participase por completo de la vida física, estos fenómenos que hemos mencionado no tendrían razón de ser; los placeres morales no llevarían energías nuestro cuerpo, y las penalidades del espíritu no quebrantarían nuestra salud Pero las conciencias rudimentarias no se hacen estas reflexiones, y si se las hacen, el prejuicio antropomórfico las confunde y las ofusca.
y Pero lo que sorprende más en el campo de la experimentación científica, es el que se haya inventado un aparato para medir la intensidad de las sensaciones. Este aparato, llamado el psicómetro, se debe a la inteligencia del profesor Angelo Mosso. Su mecanismo se funda en la relación íntima entre la contractibilidad de los vasos capilares sanguíneos y los ramales del sistema nervioso; esta simpatía es tan manifiesta, toda sensación, toda impresión moral física, todo trabajo intelectual, están siempre acompañacos de fuertes contracciones de los vasos periféricos, y el grado de su cony tracción es proporcional al esfuerzo cumplido.
De ahí que erróneamente se haya hecho del corazón un centro emotivo. Los poetas nos dicen que aman y sienten con el corazón, y nos pintan corazones lacerados por el desengaño y despedazados por el diente inmisencorde de los infortunios. Si una dama su adorador le dijese: te amo con todos mis centros nerviosos. probablemente dudaría de la sinceridad de esa pasión y hasta llegaría sentirse ofendida por ese cariño que no nacía del corazón directamente. El catolicismo también ha incurrido en ese na ay vig per fra nal por tre div vac nis!
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