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rar manos llenas ingentes caudales de conocimientos útiles. Cada siglo que se hunde en la eternidad de los tiempos es un testigo mudo de los impetus batalladores del hombre, cuya existencia sobre el haz de la tierra, perdurará hasta ese remoto porvenir en que las frigideces polares hayan congelado las entrañas del Ecuador.
Con el formidable ariete de sus centros corticales, ha doblegado las altiveces de los elementos de la naturaleza y activado ese letargo de las transformaciones progresivas; ha observado el movimiento y clasificado sus modalidades en fuerzas; ha inquirido sobre la gran complejidad de las causas y aprendido distinguir sus respectivos efectos. Por medio de preciosos instrumentos, ha perfeccionaeo hasta lo increíble la deficencia de sus órganos perceptores; con el auxilio de férreas maquinarias ha hecho incalculable el poderío de sus músculos; y sigue, y sigue ensanchando el radio interminable de sus energías y dominando con sus penetrantes ojos las reconditeces caóticas de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño.
Sus anhelos melioristas le han hecho comprender ciencia cierta, que la naturaleza no es su amiga ni tampoco su enemiga, sino un foco de recur.
sos inagotables, por cuyo medio asegurará la supervivencia de la especie.
De sus profundas observaciones ha ido comprendiendo la gran pasividad que le rodea y descartando de sus consideraciones las ideas aberrantes de la fatalidad y de la providencia, ficciones inverosímiles, nacidas del pesimismo y del optimismo, estados rudimentarios de conciencia, que sólo se arraigan en aquellos pueblos endebles, en donde las facultades pensantes se arrastran entre las negras sombras del fetichismo. El pesimismo y el optimismo, dice Ward, solo pueden explicarse, bien sea en virtud de una profunda ignorancia de las leyes de la naturaleza, de una gran sumisión de las masas populares al poderío de una casta.
El hombre civilizado, muy al contrario del hombre instintivo, hase independizado con su inteligencia y con su sentido práctico de los caracteres deprimentes de la animalidad, y hecho girones la venda espesa de la ignoy rancia, para no seguir chocando cada paso con el complicado andamiaje del universo. Con las amplitudes de su visión abarca cada momento lejanos y esplendentes horizontes, y con la potencialidad de sus fuerzas; retuerce como blanda cera, los obstáculos que obstruyen su camino y los errores que obscurecen su razón. todo cede paulatinamente a los embates de su constancia y los estallidos de su querer. La naturaleza, monstruo formidable y sufrido, se plega las necesidades del hombre y secunda las exigencias de ese ser privilegiado, en cuyo cráneo reducido, arde la fragua chis.
porroteadora de la inteligencia.
El inundo moderno nos deja abismados en el mutismo de la contemplación. Esos prodigiosos inventos que ayer eran sueños soporíferos y hoy realidades de incalculable valor, nos inducen al éxtasis de un verdadero fanatismo, pero fanatismo que alienta y que ennoblece, que admira y que piensa, sin descender por un momento a las rastrerías del incondicionalismo.
Nuestro fanatismo no puede ir sino hasta donde vaya la realidad de las cosas. De ahí que podamos admirar el maravilloso poder transformador del hombre, sin tener que recurrir a la intervención de causas sobrenaturales, siempre obscuras, siempre abstractas, 3119
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