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que une pueblos que nada tienen de común: al trabajo poniendo al liabla pueblos de los tiempos modernos con pueblos de los tiempos primitivos; al trabajo sirviendo de mensajero de las ideas a través de las edades; al trabajo convertido en depósito profundo, colocado en el medio del cauce de la vida, para que en él se detengan los sedimentos de la experiencia, que la corriente de las generaciones arrastra.
La ley de la evolución, que rige los destinos del hombre, lo obliga ir plegándose lentamente las modificaciones que ella misma determina; modificaciones que se fundan, ya en que el aumento natural y progresivo del número de habitantes de cada país es causa de nuevas necesidades, ya en que con los inventos y mejoras que, como consecuencia de esas mismas necesidades, van surgiendo, se despiertan las ambiciones se modifican los hábitos, estableciendo así, la cadena interminable del progreso, que empuja los pueblos y promueve en ellos cambios que han facilitado ancho campo la actividad humana para el desarrollo de sus energías y ensanche de sus facultades desde la más remota antigüedad hasta nuestros días.
Obedeciendo esa ley y apenas iniciado el desarrollo de la civilización, surgió la necesidad de establecer relaciones entre los primeros pueblos para dar vida y ensanche sus nacientes industrias, y establecer el intercambio de sus productos; así nació esta nueva forma de la lad que recibió el nombre de comercio y que empezó a servir de vehículo al movimiento industrial de los pueblos que unía, y de medio eficaz para sumar adelantos en bien del común progreso.
Fué el pueblo fenicio el iniciador y fomentador de ese nuevo agente de mejora. Su carácter aventurero lo hizo lanzarse al mar, desafiando, con audacia temeraria las tempestades, que desde la orilla le debieron parecer imponentes, y las pavorosas concepciones que sü imaginación era natural que lo desconocido sugiriera; salió vencedor en su lucha con el mar y estableció relaciones. primero entre los pueblos asentados en las costas del Mediterráneo y, después, la ambición de nuevos triunfos lo llevó acometer empresas más arriesgadas aún, que dieron por resultado la ampliación de esas relaciones, extendiéndolas los pueblos del Oriente, de donde empezó trasportar en sus naves telas finísimas, piedras preciosas, marfil y muchos otros objetos de arte, que los reyes y sacerdotes utilizaron para enriquecer su indumentaria, y que sirvieron para modificar, ensanchándola, la civilización de Occidente, En esa labor de capital importancia, que fué causa de cambios radicales en el modo de ser de aquellos pueblos, que al contacto recíproco que el comercio los sometía, iban modificándose porque el tráfico de sus productos los obligó cambiar también mutuas impresiones, que ejercieron influencia decisiva en sus costumbres y lasta en sus creencias, tuvo su parte, tal vez la más importante, el noble esfuerzo del trabajador; de nada habría servido al comercio el espíritu aventurero de los fenicios si hubiera faltado el concurso del trabajo representado en naves que permitieron desplegar sus alas al temperamento inquieto de aquellos audaces marinos. De nuevo, pues, tenemos al trabajo ayudando a la obra de la civilización, meciendo en la cuna y sustentando después en sus robustos brazos al niño endeble del comercio, prestándole su apoyo para que diera los primeros pasos, y siendo luego. y para siempre, el compañero inseparable que lo acuerpa en el cumplimiento de su gran misión.
De todo lo anterior se desprende que el trabajo, como factor del progreso material de los pueblos, desempeña papel importante en su 3129
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