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d d r res probabilidades ofrecen de percibir pronto algún estipendio por su trabajo. Allí, al lado del que para él se llama su maestro, sea carpintero, albañil, herrero, etc. está oyendo, con rarísimas excepciones, un lenguaje poco edificante; los viernes, sábados días en que el pago se efectúa, acompaña su llamado maestro y algunos de los demás compañeros de trabajo la taberna, donde, primero en teoría, y después prácticamente adquiere conocimientos en el culto Baco, mucho antes de haber adquirido los más rudimentarios en el oficio que está aprendiendo. Bajo semejantes auspicios fácil es suponer qué fruto dará ese hombre cuando esté investido con los dereclios de la ciudadanía sea el jefe de un hogar, qué puede esperar de él la sociedad la familia, sin embargo, no será responsable de los errores que cometa: ha nacido y se ha criado metido dentro de un molde que le dará su forma obligada.
Por regla general no sabe leer, y si sabe, los libros que llegan sus manos o que su limitado despejo intelectual le permite escoger, son novelas insulsas producciones literarias desquiciadoras de la moral y relajadoras de costumbres que editores traficantes arrojan al mercado.
sin escrúpulo, con el fin único de hacer negocio, y que, por consiguiente, ningún rastro útil dejan en su cerebro: y ante ese cuadro entristecedor ¿qué hace lo que aquí se llama buena sociedad. censura su conducta y nada mas.
En mi calidad de obrero, vengo pedir este centro de donde han partido tantas ideas nobles, tantas iniciativas generosas, que de calor la idea de abrir campaña tendiente levantar el nivel moral de los obreros, siquiera sea en atención que ellos son los encargados de exhibir nuestro adelanto material ante los ojos de los extranjeros que visitan nuestras playas, y de perpetuar la memoria de nuestra civilización con los trabajos que sus manos fabrican.
Hagamos algo en bien del obrero, arranquemos de sus manos la lectura que enerva y sustituyámosla por literatura sana, que le deleite instruya; proporcionémosle diversiones honestas que le inclinen robarle horas al vicio, que despierten en él el gusto por lo bello y suavicen las asperezas de su carácter: atraigámosle con cariño para desviarle de la mala senda; moralicémosle ilustrémosle para que levante su espíritu y amplíe el horizonte de sus facultades, hasta obtener de él mejoras en su modo de ser, que, de seguro, se verán reflejadas en sus producciones, y habremos cumplido con el deber más grande que el patriotismo nos impone.
He dicho.
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