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se Nuestros antepasados estaban tan desarmados con respecto a las enfermedades, como hoy lo estamos respecto los temblores y borrascas. Se sufrían como una desgracia inevitable, contra la cual nada podía la humana previsión.
Hoy no son ya posibles las mortíferas epidemias que devastaban todo un continente sin que nada se opusiera su espantoso desarrollo: la peste que reinó en el siglo XIV, por ejemplo, mató veinticinco millones de personas, la cuarta parte desta población que eso es en entonces tenfa Europa. El cólera del cerca de. guerras contaban cuatro o cinco veces más muertos por enfermedades qne por las balas del enemigo. En la reciente guerra ruso japonesa sucedió exactamente lo contrario. Gracias al admirable servicio sanitario que los japoneses supieron organizar, mantuvieron 800, 000 hombres en campaña durante diez y ocho meses, sin que ninguna epidemia llegara desarrollarse en esta inmensa tropa.
No obstante, el Gobierno, temiendo que los soldados al regresar sus casas importaran el germen de alguna enfermedad promulgó una ley, ordenando que nadie podía volver su patria sin pasar antes por las salas de desinfección que al efecto se construyeron. Los soldados despojaban de todos sus vestidos la entrada de piscinas donde recibían instrucciones sobre la manera de practicar un baño desinfectante. Mientras tanto sus armas, vestidos, por tamonedas, relojes etc. eran seriamente esterilizados en inmensas estufas con los vaporizadores de formalina. Desde los generales, hasta el último soldado, se sometieron gustosos la desinfección en las estaciones de Ninoshina. Como se ve, no se trataba de representar una farsa destinada tranquilizar las personas nerviosas, sino de llevar a cabo una obra esencialmente útil y científica, en que ningún detalle se había omitido, lo que permitió practicar en perfecto orden esta gigantesca operación.
En el siglo pasado se moría propósito de cualquiera operación: de la sajada de un abceso, de la amputación de un dedo. Ya se sabía que el departamento de cirugía era la antesala del Cementerio. El célebre Broca guardaba desalentado sus cuchillos después de haber visto morir todos sus operados del sitio de París y de la Comuna; un enemigo invisible penetraba en las heridas produciendo la supuración, la gangrena, la fiebre y por fin la muerte ponía término sus indescriptibles sufrimientos.
Esta espantosa mortalidad de los antiguos hospitales no es más que un recuerdo. Si la cirugía ha podido tomar tantas alas y abordar con éxito las más atrevidas operaciones, es gracias al aplomo y seguridad que hoy nos prestan la antisepsia y la anestesia.
Muy interesante sería hojear la historia de estas conquistas, ver cómo al través de los tropiezos que prejuicios y rutinas pusieran en su camino, se abre paso la libre experimentación, busca nuevos senderos, perfecciona sus medios de estudio, reconoce sus errores y tenaz, infatigable, osa investigar en el seno de los laboratorios el secreto mismo de la vida y de la muerte.
Mas en el estrecho marco que nos hemos trazado apuntaremos solamente las verdades definitivamente adquiridas, los hechos absolutamente demostrados y de cuyo conocimiento y oportuna aplicación depende el más precioso de los bienes: la salud.
II.
Qué es la putrefacción. Formas de los microbios. Son plantas muy pequeñas. Semejansa entre las fermentaciones y las enfermedades Una fruta, un pedazo de carne, una taza de caldo abandonadas al aire se pudren.
Si encerramos estas sustancias en cajas de lata que sometemos la ebullición y soldamos después herméticamente, obtendremos conservas alimenticias.
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