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Hombre, pica mi curiosidad y si no fuera impertinencia quisiera conocer esas causas. No hay por qué ocultarlas. Se reducen que lo que no consiguieron mis ofertas y promesas, que muy gustoso hubiera cumplido, lo han conseguido las enfer.
medades de su hijo y su marido.
Cómo. Nada, que la pobre está en la más completa necesidad, careciendo de toda clase de recursos (no habia más que ver sus ropas para comprenderlo) y vencida por la desesperación y tal vez por el hambre ha venido. pedirme auxilio.
Que le habrá dado generosamente, por supuesto. Qué disparate! He pagado, no he hecho una limosna.
Pónganse yv. en mi caso y comprenderán que sin poder contenerme me levantara y le arrojase al rostro estas palabras. Pues es un canalla, un infame que no sabe guardar respeto ese sacrificio ocultando, por lo menos, el nombre de la sacrificada. Eso no es una ligereza de la juventud, eso no es el acto excusable de un calavera, eso es peor, mucho peor que la violencia y dé gracias a que estoy en su casa. Pero, Ezequiel. Esas palabras.
Los otros dos amigos que no habian abierto los labios pero que también se habían levantado se dirigieron a Augusto y uno de ellos le dijo. Señor de la Vega; aunque el lugar en que estamos nos veda usar el mismo lenguaje que nuestro amigo, yo en nombre propio y el de este caballero tengo el sentimiento de participarle que al retirarnos de esta casa retiramos V. uuestra amistad y nuestro saludo. salimos todos y. nada más. Diganme VV. ahora si no basta esta acción de Augusto, digno remate de su vida de infamias y ruindades de todos conocida, para calificarle como yo le he calificado pesar de la bendición apostólica y todo lo demás, y si eso le hizo digno de los encomiásticos discursos de los que le habrán acompañado y de las suntuosas exequias que de seguro se le habrán dedicado.
Verá Ezequiel. dijo Juanito, es posible que el arrepentimiento purificase Augusto y en ese caso En ese caso, del que yo dudo, Dios que lo sabe le habrá perdonado; pero yo que lo ignoro y que en cambio conozco todas sus picardías, digo y diré que fué un canalla, un miserable y que todos sus arrepentimientos juntos no pueden deshacer lo hecho, ni reparar el daño que causó la pobre Consuelo. Además, tengo mis razones para negar que el tal arrepentimiento existiera; por lo menos habrá sido tan tardío que no habrá servido para nada ni él ni los demás. Pero hay epilogo. preguntó Guillermo. Lo hay, y puedo adelantar VV. que es el remache del clavo. El epílogo, por lo menos provisional, es que Consuelo perdió aquella misma noche su marido. Al llegar a su casa, provista con relativa abundancia de lo que no ha ía cuando salió, no pasó desapercibido para Antonio, que aunque gravisimo tenía todo su conocimiento, el estado de excitación en que llegaba Consuelo.
Tal vez una sospecha instintiva acudió a su mente y los ojos se fijaron interrogadores en su mujer. caso así le pareció ella, pues no sabiendo ocultar su emoción cayó al borde de la cama, diciendo o debiendo decir. Antonio, fué por ti, fué por nuestro hijo. Antonio no pudo hablar y dos o tres horas después era cadáver. qué fue de Consuelo. No lo sé, o si quieren VV. no debo saberlo; lo único que puedo decir es que en vez de un hijo tuvo dos y el resto quédame por averiguar ahora. Realmente la acción fué villana y probablemente Augusto en una otra forma lo purgaría. Tal vez la omisión de su hijo y de su hermana en la esquela mortuoria es prueba del abandono y aislamiento en que debió quedar. Puede ser; pero séase lo que se fuere, su vileza pesa más que todas las acciones buenas que haya podido hacer después si es que ha hecho alguna. Yo lo dicho me atengo: lo mejor hubiera sido enterrarle sin boatos ni relumbrones. fi Cuántos infelices van la fosa bien limpios de conciencia y sin honras fúnebres. Como dos meses después de este viaje y habiendo regresado X. Juanito Pastor, hecho todo un doctor en medicina, Ezequiel le escribía la carta que sigue. Mi buen amigo: resultó, como yo me temía, el epílogo en la novela de Consuelo.
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