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Capullo de oro Enrique Echeverria Tres meses de guardar moneda por moneda contaba Manolín con el interés, tan só 1o, de poder obsequiar, en la fecha de su natalicio báda más bella de las mujeres, la que, encanecida en los cuidados de la casa se presentaba siempre como una figura dulce majestuosa, lucía ya sobre sus dorados rizos el emblema de los años, su madre, que mente venerable.
Formándose ilusiones, parecíale al chico que el ansiado momento de hacerle un buen regalo no iba llegar nunca y que el obsequio, por más que se esforzase, no llegaría ser como él se lo soñaba, porque eso sería como armarse de un par de alas gigantescas y en raudos giros elevarse hasta tocar las blancas nubes con la punta de los dedos.
que al despertarse todas las mañanas, decíase: un día menos pero siempre calcu: el tiempo pasaba, y pasaba, y siempre hacíasele muy larga la distancia, y tanto, lando que el cumpleaños estaba muy lejano, muy lejano todavía.
Desesperado de esperar, y porque la rueda del tiempo no se detiene, llega por fin el ambicionado día y más temprano que de costumbre salta de la cama y en un periquete se pone el vestido blanco y la corbata azul, para ir, en el instante, en busca del regaSan José. Vista del nuevo Parque Central Fot. Bustamante 1o. Mas, ch, desencanto! al dirigirse la alcancía se encuentra con que aquélla estaba rota, que las monedas recogidas de una en una habían volado. Qué desilusión. Como pudieron haberse perdido. Quién las sustraju?
El hermano mayor, que era un tanto calavera, que tenía todos los vicios y ninguna virtud que los contrarrestara, había tomado el dinero para dar pábulo sus desenfrenadas intemperancias, dejando así burlados los sueños de ternura de su hermanito menor, y privando, por otra parte, de aquel dulce halago su cuasi moribunda madre que desde hacía tiempo permanecía sentada en una silla, víctima de la parálisis, esa cruel enfermedad.
Marulin, que no había recibido hasta entonces decepción alguna, que tenía el alma libre de todo desengaño, sintió que el mundo se le venía encima, que la contrariedad le ahogaba presa de la más negra desventura.
Filosofó un rato, con su filosofía infantil, y pensó en las rosas del jardin, como último recurso. Se fué él, ya reanimado un tanto de su pena, pero encontró que las rosas estaban en botón. Lleno de fé prosiguió buscando y pudo dar con una que en la cumbre de una rama se hallaba apenas entreabierta Tronchola con singular alegría, con alegría inefable, y corrió donde estaba su madre, postrada en su silla de enferma, y puso en sus manos la rosa. Aquélla, al reci.
birla, tomt entre sus brazos Manolin, le besa en la frente, y dos lágrimas, como dos corintias perlas, se ven caer, manera de nimbo, sobre aquel capullo de oro, símbolo del amor filial.
Carlos Poce 3188
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