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poderosa, y entonces la luna. antes velada por las nubes dió desde el cielo su luz de plata al cuadro que animaban la Juventud y el Amor. II De la melancolia. el poeta, mientras aspiraba con lentitud deliciosa el humo de su cigarro habano, nos dijo con palabras lentas y sonoras. Fué en una mañana alegre del mes de Marzo, y cuando la vida en nosotros cantaba siempre el himno de la Fuerza.
Ella, cogida de mi brazo, caminaba llena de alegría por sobre el manto esmeraldino de la pradera que adornaban pasionarias. grandes como un Dolor. y campanillas azules, finas y delicadas como una mujer nerviosa.
Sobre la cresta de la montaña vecina, que girones de niebla adornaban caprichosamente de formas extrañas, se elevaba radiante y purpurino un sol lujosísimo.
Meciéndose en las ran. as medio tísicas de una acacia en flor, una calandria cantaba con dulzura su tristeza.
Entonces mi amada, mientras mis manos acariciaban sus rizos rubios y sedosos, me dijo: Vamos hacia allá. En la sombra y en el silencio nadie interrumpira nuestro idilio. Ni aun el sol.
Luego, bajo el ramaje protector de un cedro centenario y robusto, permane.
cimos largo rato en silencio; mas como ella viera nuestros dos nombres graba.
dos por mí en la corteza del árbol, haciendo un gesto de chicuela mimada, mutisó cerca mi oído con voz que parecía un arrullo: Tal vez. tal vez. de la madera de este ár bol se hará la cuna de nuestro primer hijo. yo la respondí tratando de imitar la dulzura de su acento. Tal vez. tal vez. de la madera de este árbol fabricarán mañana la cruz de nuestra tumba. ambos muy tristes volvimos hacia el poblado con el cerebro repleto de visiones extrañamente dolorosas.
Alejandro Dutary San José, febrero de 1908.
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