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Atilia Te fuiste, bien amada, cuando yo empavesaba mi barca con flores de naranjo y banderolas rosadas: un hálito de muerte sopló trágica mente y en vez de azahares quedaron en mis manos unos manojos de ilusiones muertas y en mi alma unos crespones. Pobre alma mía, te quedaste sola!
Cuando estaba triunfante, cuan.
do veía tu sonrisa alegre. dulce amada mía, creí que una alborarazón con que me amabas: yo te llevé con mi dolor inmenso y te entregué a la tierra que empaparon con lágrimas Romeo y Efraín.
Recíbela, Julieta, que es tu amiga; recíbela. María, porque es tu hermana. me has dejado solo, mi dulce virgencita. Pobre alma mía! vive con el recuerdo de mi adorada blanca prometida que te dió fuerza, que te animó en la lucha y que te deja sola.
da de ventura alumbraba en mi cielo y me pareció que oía las trompetas argentinas de invisibles heraldos de la dicha; y ſoli, destino insondable! venías traidoramente tras de mí tañendo plañideras campanas y en premio mis afanes enlutaste mi alma, te llevaste mi novia. Misericordia! Muerta estás, yo te ví través de mis lágrimas serenamente bella en tu caja de raso, inmóviles las manos marfilinas y yerto el coi Llora alma inía, llora!
Mientras que en tu sepulcro pongo flores, todas las flores que encuentro en mi cainino solitario, rega das con mi llanto, descansa en paz, mi bien amada. duerme el dulce sueño de las novias muertas, y en tanto que el ruiseñor de Julieta canta sobre tu lápida, perseguido por el ave negra de María, va por el mundo, triste, lloroso y enlutado tu Alfredo

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