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de se asome una sola gota de sangre, va perdido sin remedio, tal es su olfato paa conocer y hallar la sangre. para mayor advertencia añado, que precisado a pasar el río Cravo un buen hombre, ahora pocos años, estando el río muy crecido, dejó la silla de montar al otro lado, y encima del caballo, en pelo, se arrojó pasar; tenía el caballo lastimado el espinazo, y al olor de aquella sangre recargaron los guacaritos con tal Impetu y multitud, que por mas presto que el hombre se arrojó del caballo nadar, cogiendo luego tierra, salió destrozado y murió en breve. El tal no tenia herida alguna, pero sus compañeros discurrieron, que río revuelto llevo aquellos fatales mordizcos. Esto es muy creible, porque se ha reparado que durante el ataque sangriento, se comen los guacaritos unos a otros, porque por esiar los más inmediatos a la presa teñidos de sangre, dan con ellos los que van llegando de nuevo, y creo que esto es lo que sucedió al referido pasajero.
No ha mucho que en los indios de la misión de Guanapalo le llevaron al padre misionero de aquella gente, los alguaciles de la doctrina, un esqueleto nuevamente descarnado, de un chico de unos seis siete años de edad, que inocentemente se entró en el río con un leve rasguño, y dieron cuenta de él tan aprisa los guacaritos, que con haber muchos indios presentes, nadie le pudo remediar, y ninguno se atrevió a exponer su vida manifiesto peligro.
Esta mala casta abunda en Orinoco en todos los ríos que él bajan, y en todos los arroyos y lagunas; y porque ellos como queda dicho, no saben abrir brecha, si no la hallan, hay con ellos otra multitud innumerable de sardinitas de cola colorada, sumamente atrevidas y golosas, las cuales. lo mismo es poner el pié en el agua, que ponerse ellas a dar mordiscos, y abrir camino los voraces gruacaritos sus compañeros. Esta es la causa, por la cual los indios, cuando se ven precisados vadear por falta de canoa, algún río mediano, pasan dando brincos y aporreando el agua con un ga trote, a fin de que se espanten y aparten, así las sardinas y rayas. como los gruacaritos, cuyos díentes son tan afilados que los indios Quirrubas, y otros que andan sin pelo, se lo cortan sirviéndoles en lugar de tijeras las quijadas de los guacaritos, cuya extremidad, afian.
zada con una amarra, que ajusta la quijada de arriba con la de abajo, forma las tijeras de que usan.
Otro pez hay en las bocas del Orinoco y costas de la isla de la Trinidad, y en las del Golfo Triste, que llaman tamborele: a éste, cuando cae en la red, luego le arrojan otra vez los pescadores, porque algunos, que incautos le han comido, luego se les ha hinchado horriblemente el vientre y han muerto. Doy las señas de él, para que sea conocido: 1o crece mucho, el mayor no llega ocho onzas de peso; no es pez de escama, sino de pellejo más grueso de lo que pedía su largo: el lomo casi morado, y la barriga blanca El pez espada piensa neciamente que la canoa que pasa navegando es algún animal que va en su alcance, y luego saca la cabeza y en ella su espada, no de dos filos, sinó de dos sierras, y da tal tajo la débil canoa que la pone a pique de trabucarse. Si es la canoa vieja le suele sacar una buena astilla; y si es nueva, suele dejar la mitad de su espada encajada en el borde y se va medio desarmado. El se hace respetar de to.
do el vulgo de los peces por su espada. y hasta los caimanes, manatíes y bagres procuran evitar su encuentro; mucho más cuidado deben tener los hombres para librarse de su furiosa ira y fatal golpe.
Desde las bocas del Orinoco, por todo Golfo Triste, hasta las bocas de los Dra.
gos, Se cría el ptz manta, de quien luuyen remo y vela, así las piraguas de los pescadores, como las de los pasaje.
ros. Se cree que es pez, aunque no tiene traza de ello: es un témpano cuajado tan ancho que luego que se arrima la canoa, la cubre en gran parte, y con la canoa y la gente de ella se va pique de ordinario. No he visto este monstruo; pero navegando por dicho Golfo Triste el año de 1731 y 32 ví y oí el sobresalto de los marineros y pasajeros, y el miedo grande que tenían de dar con una de estas mantas, que tan fieramente arropan y abarcan tanto buque, cuanto parece increible. De los buzos, pescadores de los pesqueros de perlas he oído personas fidedignas que entran al fondo con un puñal en la mano, para defenderse de dichas mantas, que al primer piquete se retiran.
Bagre armado se llama otro pez de que abundan aquellos ríos, distinción de otros bagres, de muy buen sabor al peladar, que no tienen armas, ni ofensivas, ni defensivas. Dicho bagre armado, desde los huesos en que se ajustan contra el cuerpo sus agallas, hasta la extremidad de la cola, tiene por cada costado una fila de uñas de hueso, muy agudas y parecidas las uñas del águila real; nada con la velocidad de un rayo, y los peces, caimanes, hombres, o cualquier animal que se arrima de paso, le deja destruido incapaz de vivir, Sus carnes no se pueden comer, por es.
tar todas penetradas de almizcle intolerable.
El pez temblador se llama así porque hace temblar cuantos le tocan, aunque no sea inmediatamente sino mediante 3303

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