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El baile del treinta En efecto, aquí se habla nl extranjero con esa ingenuidad que mira la cara, sin reticencias chocantes, sin cursilerías fofas, sin encogimientos de provincia na; franca, llana y sencillamente. Tendrá que confesar que la dama costarricense es inglesa por su Seriedad: francesa por su sprit: española por su sal y por su gracia.
El baile dado por el Gobierno en el Teatro Nacional la noche del treinta de mayo próximo pasado, en honor de los Magistrados de la Corte de Justicia Centroamericana y de los Altos Coti.
sionados de los Estados Unidos de América y de México, fué el brillante broche de oro que cerró la serie de festejos con que esta República agasajó aquellos altos dignatarios, Después de las ceremonias de rúbri.
ca, de los banquetes, y de otras manifestaciones en que la sociedad costarricense externó sus simpatias hacia tan ilustres huéspedes, era necesaria una fiesta de esta naturaleza para pres 11tarles, como si dijéramos, el home costarricense, el hogar fico en todo su esplendor; el conjunto de nuestras damas, de nuestr bellas, que constituye más alto y legitimo orgullo de que nos ufaramos, no tanto por su belleza plástica, que, con ser exquisita, to és sino un pálido reflejo de esa belleza insuperable que brilla en el alma de la mujer costarricense.
Quizá el baile de que me ocupo no pueda ser considerado por personas acostumbradas ias altas y refinadas fiestas europeas norteamericanas como un acontecimiento sensacional; pero, en cambio. qué dulce fraternidad se respiraba all. cómo se desbordaban de los ojos y de los labios las explosiones de la amistad, apenas iniciada un momento antes, y luego cariñosa y suave como una intimidad que acariciaba el alma; y todo ello, sin traspasar un punto las lindes que demarcan la rigida etiqueta y el más refinado tono. es que la mujer costarricense posee, no sé por qué favor especial, el secreto de ser agradable, dulce y expansiva, aun en medio del rigorismo social más esti.
rado.
El extranjero que se halle alguna vez en una fiesta como la del 30, no puede menos que confesar allá entre los yos que visitó una sociedad culta que crea conocer desde hacía mucho tiempo, y en la cual se encontró como en su casa.
Dicho todo lo que antecede, caería en superlativa ridiculez si quisiera singularizar alguna de las personalidades femeninas que embellecieron con su presencia nuestro hermoso coliseo en la noche del baile del treinta. Constela ción brillante en un cielo de flores, de perfumes y de sica!
Las desnudas y fugaces morbideces de las diosas del plafond, que parecen bañadas por la luz de una aurora de amor y de voluptuosidad infinitos, sintieron celos, allá arriba, de las morbideces discretamente veladas de las diosas de abajo.
Los señores Jagistrados de las repúblicas hermanas, hoy nuestros huéspedes, así como los Altos Comisionadus señores Creel y Buchanan, ausentes ya de nuestras playas, a la hora en ques.
cribimos estas líneas, deben estar aitamente satisfechos de esta fiesta, no tan.
to por la parte material de la misma, cuanto por el sentimiento de alta fraternidad y simpatía que reinó durante toda la noche, y que parecía envolverles, como otra nube de perfumes aun más exquisita que aquella que inundaba el salón coa oleadas vaporosas.
No quiero terminar estas frases escritas al correr de mi tosco lápiz, siti llevar los señores de la Comisión de este festejo, un sincero y merecido a plauso, y los más calurosos parabienes por la manera como cumplieron su cometido, y para encomiar la cultura de que nuestra sociedad sabe hacer derr.
che, cuando se trata del buen nombre de la patria. Caro de Aragón 3387
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