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¿Quién habita entre el misterio de aquel apaciole umbrio, y de la margen del rio goza bsoluto el imperio. Cuya es la voz de salterio de dulces ecos tesoro, que se oculta por decoro para lucir su donaire, y puebla deshora el aire de campanillas de oro? atraído por aquéllo, blandiendo la cola enhiesta, hacia el lugar de la fiesta, fijo e ojo y bajo el cuello, se lanza medio resuello con carrera tan derecha, que su acierto sólo iguala la dirección de una bala la intención de una flecha.
El druida de aquel sagrado que no busca otro horizonte, el familia de aquel monte, tan feliz como ignorado, el filarmónico alado que viste color de acero, el modesto cancionero de metálica garganta, entre los pájaros canta.
y encanta: dulce jilguero!
Cruza el hachero resuelto, verde maizal espigado que ostenta el fruto granado y el cabello al aire suelto.
Inclina su tallo esbelto brotando espigas la caña, y el sembrado en luz se baña y como la mar olea, cuando sus hojas orea la brisa de la montañia.
Escuchando el labrador su arpada lengua vibrar, evocando del hogar reminiscencias de amor, tuerce el camino a favor ya de la luz matinal, dejando allí el principal que lleva al Reventazón, y al ave dando lece on al eco del robledal. su frente se ve un prado, de verde tierno vestido, y paciendo allí al descuido y con pachorra el ganado.
Uno que otro árbol plantado como por mano casual, da sombra bajo el caudal de su ramaje sombrio, mientras el sol del estio cruza la meridional.
En un lenguaje discreto sus confidencias apuran las hojas, y se murmuran cosas de grave secreto.
Al soplo del viento inquieto tan sensibles como bellas, se inclinan y enlazan ellas, cual si deshora reunidas, se sintieran sorprendidas unas tímidas doncellas.
La brisa retoza y rie y susurra por la espalda de las hojas, esmeralda unciosa que el sol deslie.
Acaso las contrarie que un extraño llegue verlas, y viniendo socorrerlas, las ninfas de la arboleda cruzan sus trajes de seda, frotan sus sartas de perlas.
Arboles de larga vida tendidos en los rastrojos, enseñan en sus despojos las ruinas de su caída.
Como trinchera vencida los salva salto ligero, y pone el pie en el lindero de un bosque virgen, profundo, en el cual, lejos del mundo, Va sepultarse el hachero.
De pronto, un buey dormilón que rumia una sopa añeja, se yergue y para la oreja al notar el sordo són de una fruta ya en sazón, que su peso desprendida, desde la altura caida en un momento precis merendar de improviso al buey dormilón convida.
II LA SOMBRA DEL BOSQUE ¡Cuán majestuoso el bosque se levanta!
Cómo el respeto embarga al sentimiento al visitar su soledad sonbría!
Siente bajo de sí la humana planta crujir el alfombrado pavimento, y no penetra débil o sin guíahasta allí la luz del dia.
Temur de que es ejemplo 3389
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