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pasa a la boca cálida y reseca del hachero y su vigor restaura, intacta, fresca, virginal y pura.
Huyendo del cenit, ya del sol arde con rayo oblicuo la cansada frente; y aun su brazo el hachero no ha dejado un punto descansar. Aquella tarde es el hacha un ariete diligente para las lides del trabajo armado, y en vértigo lanzado, el brazo que la obliga no tiembla de fatiga, Empero, cierto vago desaliento del alma, no el cansancio, veces vierte sobre tanto tesón su soplo inerte: al corazón carcome un pensamiento como al cedro el hacha, y es la idea sola de triunfar en la pelea, la que mantiene elástico aquel brazo y redobla su fuerza cada hachazo.
Ya se estremece el árbol, ya vacila al compasado socavar del hacha que carcome y carcome más la boca.
El hachero solicito vigila, gira en torno, se empeña, ya se agacha, vuelve al hacha, alza los hojos, invoca Dios y se coloca salvo del desmayo que, cual presa del rayo, sufre el cedro con grito pavoroso; y agita sus cien brazos y se lanza al suelo con su pompa de esperanza, para no alzarse más, aquel coloso.
El valle se ensordece con el eco del estallido estridoroso y seco, entra mugiendo por el abra el viento, y brilla en limpio azul el firmamento!
Jadeante, agitado todavía, el vencedor en singular torneo mira su obra, de orgullo conmovido; no de otro modo contemplara un día el cadáver del roto filisteo, armado con su honda el niño ungido. paciguado el ruido, serena la borrasca, sacude la hojarasca y mide brazas al gigante muerto.
Mas notando que el sol busca el ocaso, su aldea el labrador vivo paso retorna, dando testimonio cierto en el rostro, de un vago sobresalto; y pensando en su hogar, fija en lo alto, mientras la última luz el cielo dora, los ojos suplicantes del que implora.
III AL CALOR DEL HOGAR Encubre la tarde sus rubios colores bajo el combo techo de un cielo turquí, que prenden diamantes y salpican flores de cálices criados en prados mejores que los pradecillos que crecen aquí.
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