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La velada No ha de cerrarse de la el tomo de la obra Escuela de en doce volúmenes Santa Cecilia que se intitula 1908 sin que yo deje en sus páginas algunos rasguños más acerca de sucesos que en las presentes kalendas han ocurrido: muy digna de comentario me parece, por ejemplo, la velada que hace poco celebró la Escuela de Santa Cecilia para hontar el nombre de don Juan Rojas, benefactor de la Escuela, el de la señorita Pacifica Zelaya, alumna del mismo establecimiento, y el de don Alejandro Monestel, que le metió el hombro la sociedad en los primeros días de su organización; es decir, en los más dificultosos para cualquier sociedad que, con escaso apoyo, lucha por ponerse es pie y echarse por esos trigos.
El capitalista don Juan Rojas le dejó la Escuela un legado, no muy cuantioso, es verdad, pero que, así como así, vinole muy pelo para subvenir los gastos, si no muy grandes, forzosos, que el sostenimiento de la novel institución deman taba. La munificencia del millonario tico es tanto más plausible cuanto que ella se aparta de lo usual y corriente en punto desprendimientos in articulo mortis: rompe, fe, con la tradición aquel que, la hora de liar los petates, se atreve hacer legados que no son para aumentar el cepo de nuestra santa madre la Iglesia ó, lo sumo, para socorrer a los pobres.
Pero la Iglesia era, por lo regular, la que se lucia, porque, al fin y al cabo, ella sola tenía poder para disputarle al demonio la posesión de las almas, y este es servicio que conviene pagar con rumbo desmejerade su poquitin sin.
situación ha para la esposa de Cristo, hombres de esta éra nefasta nos tratamos de tú con el mismo demonio nos entendemos maravilla con él, ya no con el cura, para llegar arreglos equitativos en lo tocante al negocio de nuestra salvación. Sea como fuere, el rasgo que me refiero dice bien claramente que el generoso espíritu de don Juan Rajas amaba la música y que comprendia, la vez, la utilidad educadora de ese arte, que, no por ser divino, escapa la intuición intensa del vulgo. Ese rasgo aun no ha tenido aquí imitadores; pero. qué importa. no hay semilla que no fructifique su tiempo La señorita Pacifica Zelaya era una alumna que honraba la Escuela, en la cual hizo esta joven el aprendizaje que la habilitó para entrar sin tropiezos, como quien dice, en casa propia, en el Conservatorio de Bruselas. Sus maestros, los de aquí y los de allá, consideraron siempre que la señorita Zelaya poseía dotes sobresalientes pa ra ilustrarse en el ejercicio de la música, que ella cultivaba con fe y ertusiasmo de artista. Pero he aquí que la mano torpe de Otelo trunca en for esa promesa de gloria. ΕΙ arte fué para ella refulgente crepúsculo matutino; pero el amor fué para ella, en cambio, el crepúsculo hermoso y dulce que precede la noche. Quién de nosotros ignora ese idilio terminado en tragedia?
Don Alejandro Monestel es un profesor de música tan distinguido que tiempo ha se gana la subsistencia con facilidad y desahogo en la populosa urbe de Nueva York; tiene allí su estudio en Carnegie Hall, gran edificio destinado escuelas de música por el Creso yanqui que ha ilustrado su nombre de nabab con donaciones cuantiosas para proteger empresas de generosa y humanitaria intención: por este mismo Carnegie que, según se sabe, ha regalado cien mil dollars para construir el edificio donde tendrá alojamiento digno de ella la Corte Centroamericana de Justicia que, bajo tan lisonjeros auspicios para el porvenir de Centro América, acaba de instalarse en la antigua metrópoli costarricense. la vieja y noble Cartago. Pues bien, para con este notable artista, que hoy horra en el exterior el nombre de la tierruca, está la Escuela fuertemente obligada, asimismo; porque él sostuvo punta de energia ese útil establecimiento durante los largos meses en que, por falta de apoyo, estuvo pique de perecer y porque, con sus conocimientos y su entusiasmo, el llegó darle esa escuela, que regía inspiraba con título de director, un impulso tan vigoroso como eficaz, Resulta muy puesto en razón, por lo tanto, que la Escuela de Santa Cecilia quisiese enaltecer y honrar, la una por cariño, los otros por orque los 3399

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