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que oculta que efectivo, se encaminaron al Colegio de los Padres Jesuitas.
Por un fenómeno muy frecuente en casos análogos, pero que no puede explicarse, medida que se iban acercando al vetusto edificio, sentían cómo se iba desvaneciendo la confianza y ocupando su lugar el temor.
Sin cruzar palabra llegaron la puerta del establecimiento y un doméstico los introdujo en el despacho del Director.
Poco tuvieron que esperar. Presentose aquél excesivamente amable y cortés, meloso y sonriente, cubierto en absoluto con esa careta de mansedumbre y humildad muchas veces las resoluciones más inquebrantables y que, en los sacerdotes de la Compañía, viene ser como signo común de diplomacia sutil. Doña Luisa. Rosendo. cómo están ustedes?
Ya puede usted suponerlo, padre dijo aquélla después de la noticia que ayer dió usted mi marido. Señora; he de creer que esa 110ticia aunque haya dolorido algo su corazón de madre, siempre parcial y apasionado, muchas veces ciego, como ciego es el amor que le inspira impulsa, no ha de llegar al extremo de hacerle desconocer ei inapreciable bien que viene sobre su hijo, con haber sentido la divina inspiración que lo ha iluminado. No sé, padre, si es inspiración divina instigación humana. Lo que sí sé es que trata él, tratan otros de que nos abandone; sé que se nos quiere arrancar de nuestro lado ahora que estamos solos, ahora que somos ya viejos, ahora que nos hace falta sn cariño, su calor, la alegría de su alma, el estallido de sus besos. Eso es lo que sé, padre, eso es lo que veo y para convencerme de que es verdad, de que es él quien lo quiere, ruégole que le llame. Voy complacerla usted, señora; pero no sin rogarla que procure tranquilizarse y comprender en todo su valor la situación de su hijo.
Salió el sacerdote y poco después se presentó otra vez. El mismo levantó el portier dando paso Pepe que vestía traje talar.
Don Rosendo y doña Luisa, como em pujados por un resorte se levantaron.
La pobre madre se lanzó hacia su hijo.
Pepe. exclamó.
EI se detuvo; extendió el brazo para detener también su madre, y después sereno, tranquilo, sin denotar su fisonomía la más leve emoción cogió suavemente las manos de su padres y las besó. Mamá. dijoDios conoce mi voluntad de haber evitado ustedes esta escena que comprendía lo dolorosa que había de series. Pero ayer papá quiso que usted viniera despedirse de mí, y no pudiera yo, menos de ser mal hijo, negarme su deseo. El mío es el que ya conocen y por mucho que sea mi amor ustedes, otro amor más grande me llama; tengo que bedecerle. Ruégoles.
pues, que no prolonguen innecesariamente esta entrevista ya que por dolorosa que sea para todos, en nada han de conseguir torcer mi resolución.
Don Rosendo tembloroso dejose caer en una silla.
Doña Luisa sintió un latido en sus entrañas. Creyó que éstas se rebelaban; recordó aquel día en que sintió en ellas otro latido, el primer vestigio de vida de su hijo, de Pepe, de aquel Pepe que ahora se mostraba frío y grave ante el santo amor de una madre lacerada; y crecida su pequeña estatura, erguida, digna, majestuosa, augusta, echó atrás la mantilla y frente a su hijo, sin temblar, sin llorar, con voz reposada, pero solemne dijo. Pepe, no puedo, no quiero creerlo que dices: estás obcecado, estás imbuido, estás engañado y han hecho que te saturases de la atmósfera de frío fanatismo que aquí se respira. No voy oponerme tus deseos; no voy tratar de combatirlos, sólo voy hacerte un ruego: vente con nosotros pasar los tres meses de vacaciones; ven y yo te prometo, te juro por el nombre de Dios, quien dices obedecer, que de mis labios no ha de salir una queja, ni una frase qne se oponga tu deseo: ven, vive en nuestro seno, recibe nuestro calor, dános el tuyo durante ese tiempo y si después persistes en tu idea y no han podido 3407

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