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mient que receri esa re y bu arran ción.
Jiu borrar nuestro cariño y el aire nuevo que respires, el propósito que ahora tienes, yo misma vendré acompañarte sumisa y obediente: yo misma vendré no darte el último beso, vendré que me des tú, tu bendiPepe cruzó los brazos y con ligera oscilación de cabeza contestó. Mamá, no puede ser; he de huir de todo cuanto pueda hacerme titubear en mi decisión y enfriar la fe que me sostiene Esto es una prueba que Dios me somete y he de resistirla. Abandone usted su idea, resignese hoy, y mañana, tranquila y convencida, usted misma dará gracias al Hacedor Supremo, por haberse dignado elegirme como uno de sus más indignos representantes.
1: Pepe. hijo mío! dijo don Rosendo sin fuerzas para más.
Doña Luisa había sufrido una transformación. Ya no era la matrona erguida y serena; no era la madre arrogante y valerosa que defiende la posesión de el hijo adorado; era la madre sí, pero dolorosa y herida, suplicante y humilde. La congoja pudo más que su voluntad y los sollosos y el torrente de sus lágrimas acudieron a su garganta y sus ojos.
Pepe, sereno, frio, pero intensamente pálido, hizo ademán de retirarse, pero se detuvo al ver caer sus pies de rodillas su propia madre. Esta cogióle una mano que ardientemente besaba y humedecia con sus lágrimas, y con voz entrecortada por la angustia y la pena dijo. Hijo de mi alma, hijo de mis entrañas, ténnos compasión, ténnos lástima; no es posible que Dios te aconseje, no es verdad que te llame.
El ha mandado honrar a los padres y tu nos abandonas: acuérdate, hijo mío, de que te he dado vida haciéndose pedazos mi cuerpo; acuérdate.
de que te alimenté con mi sangre, piensa en que ro tenemos nadie más que ti: en nombre de Dios, en nombre de la Virgen dolorosa, en nombre de su amantísimo Hijo, en memoria de tu pobre hermano Ramón, mira mis lágrimas, mírame tus pies. Pepe. hijo. hijo. mira tu padre, mírame por Dios, ven. ven con nosotros! Pe.
pe. si Pepe de mi alma. la infeliz señora abrazada a las rodillas de su hijo, e arrastraba suplicante Cruzado de brazos, sereno, inquebrantable, Pepe oía. Su madre ya perdida por completo la noción de su autoridad sin acordarse más que de que era madre, sin soltar las dillas de su hijo inclinó sobre ellas la cabeza que no levantó nada más que para contener al Director que, deseoso de terminar aquella escena se acercó ella. Entonces su mira.
da amenazadora de leona quien intentan arrebatar su cachorro, fue tan intensa, tan terrible, que el propio Director indicó Pepe la necesidad de decir algo. Madre y señora dijo por fin. No puedo decir usted lo que sufro viéndola sufrir. Pero no es posible. Dios lo quiere.
No, hijo mío, es mentira, te en, gañas te engañan. Dios es justoes todo amor y no puede ser cierto que.
Una campana se oyó y su sonido Pepe se inclinó, levantó su madre, cogió aquella cabeza, la besó y dirigióse la puerta Hijo. gritaron la madre y el padre no nos dejes. Pepe. Pepe. Señores dijo el Director ya es bastante. No puedo ya, ni por ca.
ridad consentir en que esta escena se prolongue. Pepe, retirese usted.
Hijo. hijo. sollozaron aún aquellos infelices. Dios lo quiere. Don Rosendo cubrió su cabeza; arregló su mantilla doña Luisa, y cogida, abrazada su marido, dijo. Padre, tras estas paredes queda nuestro hijo: pero no queda solo: con él quedan desgarrones de nuestras creencias. Queda la fe, que de pequeños nos enseñaron y que de viejos nos quitan. Queda la esperanza que, en nombre de ese Dios, que la inspira, ustedes nos arrebatan. Nos otros guardaremos sola la Caridad, la caridad bendita que no ha conseguido mover el corazón de un hijo, ni el alma de un hombre que, lla mándose sacerdote y ministro de Aquél que por caridad dió su vida en el Calvario, no ha tenido para la madre desconsolada ni una palabra de piedad. La caridad se viene con nosotros, y la caridad practicaremos rio qu nuest borad poeta ducin intere ble Artur tro co Piigis Por e sición to y fuera triota ción Salió.
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