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Crónicas internacionales SO ta es c 11 No puedo, no quiero resistir la tentación, aunque no me ocupe de nada más en esta crónica. de copiar unos párrafos de la carta que un mi amigo, residente en Rusia, me escribi hace pocos dias. Es indudable que el orden ha ido restableciéndose gradualmente en el Imperio. Las ejecuciones de revolucionarios de gentes que pasan por tales continúa con toda regularidad: los consejos de guerra siguen funcionando activamente; la policía no se cansa de practicar detenciones; las cárceles están hoy, como antes, atiborradas de presos y los convoyes de deportados para la Sibe ria se suceden sin interrupción. Todas esas paternales medidas contribuyen, naturalmente, devolver la tranquilidad los ánimos. Así, por ejemplo, la otra mañana, paseaba yo en compañía de un amigo por una de las plazas más céntricas y más concurridas de la ciudad. Pasaba por allí mucha gente deseosa de tomar el sol, el primer sol de primavera que este año hayamos gozado. De pronto ¡pim! ipam. pum. nuestros oídos suenan cinco seis detonaciones; nos volvemos con el susto consiguiente y vemos dos metros de distancia media docena de individuos, revólver en mano, que acaban de disparar sobre una pareja de policías. Uno de éstos cae, rueda por el suelo mortalmente herido; el otro escapa como un gamo; los agresores sueltan coro estrepitosas carcajadas, desaparecen veloces por una boca calle. las personas prudentes procuran escabullirse también en previsión de que pueda asomar un grupo de esbirros, un piquete de gendarmes o una sección de cosacos prontos acuchillar y arcabucear la multitud, sin intimaciones ni miramientos. c la to a. De mi compañero de profesorado, señor no tengo ninguna noticia concreta, Su mujer y su hermana tampoco saben nada. Permanece todavia en algún calabozo. Le han conducido ya las minas siberianas. bien le han fusilado como tantos otros? Misterio. Hay actualmente millares de familias que viven en la más cruel incertidumbre, que ignoran en absoluto lo que ha sido del padre del hijo, dei hermano del esposo. como a la autoridad no le gusta dar explicaciones y las preguntas que se le dirigen suele contestar evasivamente da la callada por respuesta, la horrible duda se prolonga veces durante meses enteros. Una solaridad conmovedora existía en Kief entre la policía y los bandidos que infestan la población. Era el jefe de aquella el Coronel Aslanof, protegido por la famosa banda de los Cien Negros (terroristas reaccionarios. y el cual protegia, su vez, eficazmente todos los facinerosos de la población; tratábales con las mayores consideraciones y procuraba evitarles la menor contrariedad y molestia por parte de los agentes. el hecho es que no podía hacer me.
nos el bravo coronel en obsequio de unas gentes que le entregaban escrupulosamente un tanto por ciento de las operaciones llevadas cabo con feliz resultado. En cuanto llegaba Kief un ladrón de cierta altura, apresurábase el je.
fe de policía enviarle uno de sus inspectores con encargo de ofrecerle sus respetos y de entablar negociaciones. El delegado encontraba por regla general al ladrón instalado en uno de los mejores hoteles; tras las mutuas presentaciones y cambio de afectuosos saludos entrábase en el fondo del asunto y se fijaba el tanto por ciento que correspondería al coronel y el tanto por comisión que percibiría el inspector corredor. En justa compensación se proporcionaba al señor bandido todos los datos necesarios fin de que pudiese ejercer su industria con toda seguridad y mejores garantías de éxito. Facilitábasele una y 3438
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