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a SanClaudio Ecuela lacional ecía del impania los inteclase de ntiamén de la er comnuestros dulce mujeres me pareció bueno para una casa de fieras. efectivamente, es proverbial que el canto amansa las fieras: lo digo por esto.
La segunda pieza, Bohemios, estuvo mucho mejor representada y sacó Ante el prestigio de la compañia, que casi, casi se hunde en Cabo La señora Peral se impuso nuevamente al auditorio con el bonito papel de Cosseto y el señor Llauradó impresionó agradablemente al público con su voz de tenor, dulce y bien timbrada. Por su despejo cómico, hízose apreciar también el señor Heras en el papel maleante de Victor. Para no enzarzarme en pormenores, diré que el conjunto resultó más arınónico en Bohemios; por otra parte, la música de esta piececilla es tan deliciosa. La Cañamonera la di.
puto yo de melodrama, y el melodrama choca sin duda con el carácter alegre y vivaracho del género chico: es verdad que aquella urdimbre cenuda se rompía reces con ciertos toques de desparpajo cómico; pero en La Cañamoncra lo que predomina es el aire fosco del melo Irama. Confesaré con gusto, sin embargo, que el señor Cid supo revelarse como actor cómico en él, cantando con donosidad picpresca las coplas de Toribio, que produjeron un desbordamiento de hilaridad en el público, siempre ansioso de nuevas coplas. No obstante los altibajos de esta primera velada teatral, el público sintió que se las había con una troupe de valer y que le prometía noches de grato y culto entretenimiento. La prueba definitiva vendrá pronto.
del púaun no omingo el Nailer. La lannenia ser la se prebstinense conpeligroyugado esto, de buen mpanía formunoche.
ar tími esión. obice Yiciesen 110 se (Rosagancia, le Telees en lo Efectivamente, la prueba definitiva llegó para nosotros en la noche del 7, dos días después, con la representación de la muñeau (La poupér. en que para este público hizo su estreno la señora Esperanza Iris, cuya reputación de artista se encargaron de lanzar a todos los vientos las nii lenguas sonoras del periodismo. Conocíamos, pues, de nombre la artista, que, como simple mortal, se dejó ver en el teatro la noche de la primera representación: sentose en un palco contiguo al que, entre un grupo de pollos, con la risueña majestad de un abuelo ocupa el empecatado autor de estas croniquillas; quiere decir esto que la vi y contemplé de cerca: hallábase rica y elegantemente trajeada, lo cual no es raro en una artista de fortuna y, con gusto.
Parecióme que su fisonomia un tanto infantil lindaba más con lo bonito que con lo hermoso, con lo toscamente herinoso; su cuerpo se desenvolvía con esbeltez mediante una feliz combinación escultórica de turgencias y depresiones; pero lo que en ella venía ser más típico, más suyo, era una gracia cuya expresión natural al primer golpe se advertía en todos sus movimientos. Dos noches después pudimos ver, efectivamente, que la fuerza de la señora Iris estriba, principalmente, en la posesión de esa virtud que de su cuerpo emana como un fluido glorioso, penetrando dulcemente en los corazones. En La pompe hizo la señora Iris tal derroche de gracia que subyugó completamente al público josefino.
Es de rigor convenir, sin embargo, en que con solo sandunga no conquistara la señora Iris la voluntad inteligente de un público que, más que otra cosa, busca en el teatro las habilidosas engañitas del arte. Su triunfo habría sido imposibie, por ende, no contar ella con otros elemeni en 10eskuese lo diré, coro de 485

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