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Parloteo exibilidad, mlará modo seguir adetico.
o listedes interés en culos sobre asladado ai Jorge de DOL La Compania de Zarzuela continúa entreteniendo agradableTeatro mente al público josefino, que en gran número asiste siempre las cuatro representaciones sernanales con que la empresa está llenando un poco más que de prisa el segundo abono de la temporada. Las obras que hasta hoy hemos visto desfilar por la escena han agradado bastante, si se exceptian El chico de la portera y La saltana, juguetes cómicos que, tal vez, los autores no han sabido urdir con aquellas donosidades cuyo buen éxito 90 está subordinado, en lo principal, la vis con que un actor de género sazona el papel que se le confía. En esas dos piezas, y quizás también en El pipiolo, el buen éxito, en realidad, depende casi en absoluto de la vis cómica que eu ellas acierten poner los artistas: poco ingenio pone de su parte el autor para conseguir aquel resultado.
En El pipivo y El chico de la portera la señora Iris suple abundantemente con su talento artistico y con su gracia personal la inopia de sprit que en ambas se advierte; pero su dulce poder hipnotizador no es bastante horrar la penosa impresión que suscita en el ánimo la grotesca deformidad de Tirabeqire, tal vez por el señor Castillo extremada hasta rebasar los límites de lo cómico y producir un sentimiento de malestar que inoportuua inevitablemente se mezcia con el sentim ento de regocijo. Malos agentes de hilaridad sincera ime parecen mí los efectos físicos que tocan en lo deforme, más cerca de lo tragico que de lo cómico. Quasimodo no provoca risa.
Por lo que al sefior Castillo respecta, he de decir de una ver, sin entrar en pormenores, como que el carácter intermitente de estos párrafos no me permite concretarme piezas determinadas, que este actor sucle buscar el efecto cómico mediante exageraciones de mimica, lo que ha dado lugar que se le compare, malamente, groseramente, sin duda, con un payaso de circo. Yo no exenso ciertamente las exageraciones en que este actor, no mal dorado. por otra parte, suele incurrir; pero, sobre que hay dureza innecesaria en aquella suerte de crítica, es de rigor convenir en que si el señor Castillo cae las veces en tan desaforados extremos es también porque el publico ello inconscientemente lo induce con los aplausos que en lances tales sin ningúu discerniniento, en verded,, le prodiga: de donde se puede tomar pie para decir cou igual razón que nuestro público es también un público de circo. La justicia entra por casa.
Lu sultana, ya lo dije, tampoco gustó gran cosa: pero no creo yo que el cuasi fracaso de esta piececilla obedeciese lo caprichoso de su armazón: no son menos disparatadas, por lo general, las más de las obras al género chico pertoDecientes: abundan los iances chistosos en este juguete, que hace desfilar ante el público una gran variedad de raras escenas: se ve que el autor quiere interesar la fantasia dei público con la visarrerie de lo exótico. Pero esto mismo fué mi ver la causa de que La sultana no produjese aqui el efecto que en otras partes ha debido de producir, porque esas escenas piden uu atalaje superior a los recursos que consigo puede llevar, para tales fines, una compañía de tránsito. Adecuada presentación. eso fué lo que yo eché de menos en la pieza que aludo. Resultó también un poco embarazosa la situación aquella en que una odalisca de la corfor kuda 3553
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