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PAGINAS ILL STRADAS 3693 bre sencillamente vestido de frac. con un papel en la mano y un ceño duro y triste como si le aguijoneara una idea funesti. Era el General Dix. Ministro de los Estados Unidos de América.
Sin hacer caso de nadic. ni del Sultan objeto de 13 agradable fiesta. sc inclino cortésmente delante de la Imperatriz. llegó al lado del Enperador, le habló y le mostró el papel que llevaon: llamó en scguida ci Soberano al Nuncio, luego al Ministro de Austria, y los cuatro se retiraron juntos las habitaciones interiores.
Pocos momentos después llamaron la Emperatriz y al gran Sultan, causando con esto inquietud y curiosidad en los invitados.
No habian trascurrido veinte minutos cuando un edecan de servicio dijo en el salón y en roz muy alta lo siguiente: Una gran desgracia obliga Sus Majustades suspender esta fiesta y ordenar que la cone vista de luto riguroso, por lo que se explicará debidamente a su tiempo.
So es posible pintar el desconcierto de aquellas gentes. que volvieron muchas de ellas pic a sus domicilios, pues los carruajes habían sido citados para las tres de la mañana, y muy pocos estaban la pueria de la residencia imperial.
Pronto corrió por Paris una noticia extraña, misteriosa. indescifrable.
Las luces se apagaron en la mansión de los Soberanos. cesó el ruido y allá en el fondo en una pequeña pieza, tapizada de mori color de púrpura. la Emperatriz lloraba, y Napoleón, después de haber exclamado: pobre joven, este Mory. este Mory!
miraba de hito on hito al Nuncio.
El Ministro de Austria habia hundido su cabeza entre las manos, y el gran Sultan jugando con el broche de esmeralda de su alquicel blanco, mostraba una estupefacción de tigre herido.
El General Dix calandose sus gafas de oro, leia en alta voz un cablegrama siniestro, el primero que anunció Francia cl ſusilanziento de Maximiliano de Hapsburgo de México, en el Cerro de las Campanas.
quella catistroic inconcebible para el orgulloso César frances, le hizo quizás presentir de un golpe la ruina de su Imperio.
Sunca se habia interrumpido un baile en la Corte de manera tan bruscar ni nunca habia visto un Soberano llegar a cl, terrible y amenazante, el remordimiento bajo la forma de un cablegrama.
Desde aquella noche. pocas veces se vid sonreir Napoleon III, y dicen que la expresión de su semblante al escuchar la junesta noticia de la misma que mostró en Sedán, a vencido y humillado para siempre.
JUAN DE Dios PEZA
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