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3732 PÁGINAS ILUSTRADAS Fragmento de un libro que no se escribirá nunca (Conclusión)
Ya en la calle y por encima de la confusión que le produjeron los tan opuestos consejos que en tres días recibiera, sobre salía la coincidencia de que todos los consejeros acaban por ofrecerle su desinteresada intervención para colocar sus capitales. Esta idea estuvo punto de hacerle desistir de la última de las consultas en proyecto, pero bien pensada la cosa se decidió ella, dejándola, no obstante, par: el día siguiente. El postrer oráculo era también abogado, joven, de claro talento, según la opinión pública y de ideas asaz avanzadas.
Al penetrar Judas en la antesala del despacho del joven letrado vió en ella un buen número de personas en espera de audiencia, fijándose en que la mayor parte de ellas, sino todas, parecían pertenecer la clase trabajadora juzgar por su modesta indumentaria. Tomó asiento en un rincón, que estaba desocupado y esperó.
No habían pasado diez minutos cuando la mampara del despacho se abrió dejando paso un individuo quien el abogado despedia cortésmente.
Paseo el joven jurisconsulto su mirada por la habitación y fijándola, como al descuido, en Judas, dirigióse las demás personas diciéndoles Dispensenme amigos, pero este señor. y señaló D. Judas me tenía hora pedida y debo recibirle en el acto. Si alguno de ustedes tiene algo de urgente que de cirme puede pasar un momento, si este señor lo permite, y si no, ya nos veremos esta noche en el Centro. Salieron todos los que esperaban y el émulo de Cicerón invitó a Judas pasar adelante.
Arrellanados ambos en cómodos sillones, rompió el silencio el abogado, quien llamaremos Eleuterio para mayor claridad, diciendo. He supuesto, señor mio, que cuando me dispensaba el honor de visitarme, algo interesante y quizás urgente tenía que manifestarme. Digame, pues, en qué puedo servirle y cuente conmigo en cuanto yo pueda serle de utilidad. Pues. le diré a usted; no me trae aquí, en rigor, ningún asunto que de cerca ni de lejos, afortunadamente, se roce con su profesión. No vengo en busca del abogado, pues vengo en busca del hombre de talento de sano juicio, para que me aconseje, mejor dicho, me diga su franca opinión en un asunto absoluta.
mente particular y personal. Sea para lo que fuere dijo Eleuterio inclinándose le repito que estoy por completo sus órdenes.
Gracias. No es tan grande la población, ni somos tan desconocidos unos de otros, para suponer que usted ignore la inesperada suerte que he tenido. Efectivamente; sé que por uno de esos azares que no se preveen ni se esperan, ha venido a ser poseedor de una cuantiosa herencia. Sí, señor, y como no tengo porque ocultar que me veo confuso y no acierto con la mejor manera de emplear ese dine.
ro, que me ha llovido del cielo, busco la opinión y el consejo de personas dignas y
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