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3798 PÁGINAS ILUSTRADAS sus campos floridos bajo la luz tranquila de la luna, y al contemplarla resaltaba blanca como nieve como leche, impregnada en la infinita dulzura del ambiente. Servilia, acostada sobre un lecho de marfil, vestida con telas recamadas de oro, y abanicada suavemente por sus esclavas, se estremecia de placer aspirando la brisa marina y al ver, distraida, su tropa de bailarinas, murmuraba. Oh, si, yo soy una sirena! El viento, después de juguetear con los cabellos de la joven, susurraba a su vez: Ella es, ella es la sirena! Cuando Servilia alza una guirnalda de flores es bella como Flora; cuando sobre su cabeza brilla la media luna y su flanco el carcaj de plata, es bella coma Diana, y cuando sale del baño, sin adorno, suelta la cabellera, perfumada y envuelta en su túnica blanca, se deja enjugar por sus mujeres, ella es. Bella como Venus! suspiró el esclavo enamorado. Más bella que la misma Venus! dijo Servilia poseída de su orgullo olímpico, y esto lo escucharon las oceánides. Venus supo que Servilia la habia ofendido y Neptuno esta vez si atendió la súplica de su amante.
Roed, roed, oh pólipos suaves, grises. Alojos, semejantes a los harapos; incrustad, moluscos y conchas, para minar hasta los cimientos; creced, algas glaucas, para que arranquéis con vuestras raíces porciones de la tierra; agujeread, animalillos del coral; golpead, golpead la roca, ola tenaz, para hacer un hueco cubierto de arena o de plantas, un hueco perfido, negro y profundo; sondead, pequeñas y pacientes potencias de la muerte.
Lloran las nereidas, lloran las sirenas. Venus está ofendida y Neptuno ciego de cólera.
Servilia reia y cantaba, mientras que Lúculo está en su villa de Tuscullum. La vida es un don cuando se posee el amor, la riqueza, el lujo, los placeres más finos, las satisfacciones más fantásticas. Ella es joven, fuerte, rica, alegre, adulada, y la exaltan y la glorifican y la adoran hasta la última palpitación de la vida!
Entre tanto el mar se agita sordamente, la tierra se estremece, horrible crugido se ove por doquiera, un grito feroz sube al cielo, las ondas se alzaz amenazantes y Megárida, la isla feliz, desaparece en el abismo de las aguas, y se hunden con ella el palacio, los jardines, los viveros, la belleza, el orgullo y, tal vez, el primer suspiro de amor de Servilia! Bebamos a los dioses infernales! dijo tranquilamente Lúculo en su villa de Tuscullum, al saber el funesto acontecimiento, mientras esparcia por el suelo algunas gotas de vino generoso. ALEJANDRO ALVARADO QUIRÓS
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