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3846 PÁGINAS ILUSTRADAS Fulvia Para Alberto Córdoba Como ángeles de sueltas y doradas cabelleras, graciosas y ligeras nubecillas surcaban el azul de los espacios, yendo circundar en el ocaso el áureo lecho en que lentamente agonizaba el día.
Silente, oscura, misteriosa, la noche inmensa, descendiendo de lo ignoto, cubría con sus ósculos la tierra. el rumoroso Tiber suspirando sus quejas cristalinas se deslizaba lento y grave frente a Roma altiva y triunfadora.
El fulgente palpitar de las estrellas, recorría la lejana inmensidad. la alegre multitud, dispersa por la extensa red de calles blancas, llenaba de murmullos la grandiosa capital.
La espléndida morada del patricio Marco Publio como un sueño de mármol se alzaba entre las sombras, rodeada de jardines.
Por una de las muchas callecillas que cruzaban por entre ellos, caminaban los amantes; graves, solos. y llegaron junto al regio pedestal en que una Venus destacaba en mármol blanco su bellísimo perfil; y allí se detuvieron. Escucha. dijo Silvio rompiendo el silencio que reinara en los últimos instantes; los murmullos que levanta la compacta multitud en la ciudad, llegan morir en nuestros oídos cual los débiles suspiros que le traen las montañas las brisas que se alejan del océano. veces me parecen mensajeros de un fatidico presagio. No hables así. murmuró la hija del patricio y envolviendo las robustas nobles líneas del atleta en la plácida caricia de su mirada azul, prosiguió: la gloria ceñirá en las luchas que mañana dan principio, un nuevo laurel sobre tu frente, cuando el pueblo te contemple vencedor una vez más sobre la arena; no eres acaso el más bravo luchador de Roma?
Las pupilas soñadoras del romano, de súbito llenáronse de luz; No temo la muerte. dijo brevemente; morir luchando por la gloria, es el más noble de los triunfos. Morir cuando se sabe que el ser por quien se vive retorna nuestro amor, es la más dulce de las glorias. Si asi piensas, por qué asoma la tristeza en tu mirada. Acaso ignoras, bella Fulvia, que si el griego Apolodoro consiguiera derrotarme, serían suyos los laureles; más aún que los laureles, tu mano, amada mia? Fulvia, conmovida como en un suspiro contestóle: Yo lo sé; Nerón lo ha decretado y mi padre así lo quiere.
El ángel del silencio cubrió con sus alas bienhechoras el secreto sufrimiento de los dos.

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