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3880 PÁGINAS ILUSTRADAS que las notas de la flauta, que débilmente tañia, producían en su mente, espero hasta que dieron las nueve. Apenas sonó la última campanada, el harpa dejó oir sus sonidos, débiles al principio, vigorosos después. La misma luz de antes brilló esta vez en la estancia. Sellner, en su arrebato, sólo pudo articular unas pocas palabras, indicadoras de la exaltación de su ánimo, Al retirarse su aposento, su solícito sirviente, alarmado al mirar el aspecto descompuesto de su amo, se apresuró llamar al médico de la casa, quien, en cuanto hubo practicado el necesario examen, hizose cargo de que el enfermo padecia de la misma dolencia de que falleció Luisa, y aun con mayor fuerza. Durante la noche aumentó la fiebre considerablemente. Por la mañana hubo aparente mejoria y entonces contó Sellner al médico todo lo sucedido; pero éste, como es natural, nada dió crédito, hizo inútiles esfuerzos para disuadirlo de sus quiméricas fantasias.
Al caer de la tarde, el enfermo se sintió más débil y con voz temblorosa instó para que se le trasladase la pieza de Luisa, lo que se efectuó en seguida. Con entera tranquilidad dirigió la vista todas partes, complaciéndose en los gratos y melancólicos recuerdos que aquel sitio traía su mente. De pronto tuvo el presentimiento de que aquella misma noche, ii las nueve, sobrevendria su muerte.
En efecto, el momento decisivo se acercaba. Despidióse Eduardo de todos con afectuosas palabras y sin perder su serenidad de espíritu, Al dar las nueve en la torre del castillo, animándose extraordinariamente su semblante, exclamo: Luisa, Luisa, acompáñame por última vez, al partir de este mundo; dáme una muestra de tu presencia, una prueba de que tu amor me cubre y me sostiene. Ovéronse entonces resonar en el silencio de la noche los misteriosos acordes del harpa, claros, altos, inspirados, modulando hermosísimo himno de victoria, en que se celebraba la liberación del espíritu de las duras prisiones de la carne! medida que iba extinguiéndose la vida del paciente, iba apagándo se aquella música singular y ya apenas se oian vagas resonancias, cuando al exhalar Eduardo el último suspiro, rompiéronse con estrépito las cuerdas del harpa y dos brillantes luces, que casi se confundían, se percibieron por encima del lecho mortuorio.
Era la conjunción de dos almas gemelas en el éter resplandeciente!
De amores. Un precioso ramillete de bellas, numerosas y escogidas flores se formó el domingo en la noche en casa de la señora viuda de Montesdeoca. Se dieron cita en aquel lugar con motivo del compromiso matrimonial del joven Roberto Martin con Chabelita Montesdeoca. La atención exquisita de los dueños de casa, la alegria de las encantadoras señoritas y la jovialidad de los muchachos y hasta de los viejos que alli estuvimos, hicieron de la reunión una preciosa velada.
Que Dios bendiga ese futuro matrimonio.

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