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PÁGINAS ILUSTRADAS 3925 La Serenata de Schubert Gonzalo Sánchez Para Páginas Ilustradas su De todas las noches de diciembre, aqueIla había sido la más fria.
Bajo el cielo densamente nublado, se alzaba la bellisinia Paris. la ciudad luz llena de rumores: desplegando sus mara.
villas de arte, rindiendo culto en todas par.
tes al placer.
Sofocadas por el ruido de los carruajes, olanse las voces de los niños pobres, vendiendo sus periódicos; rumor de mil conversaciones flotaba por el aire alegremente millares de focos luminosos hacian resplandecer las bellezas de la inmensa capital. intervalos se escuchaban las notas armoniosas de la música, alejándose del bu.
llicio de los cafés.
Elegantes utomóviles cruzaban ligera silenciosamente por las calles: grupos de jóvenes estudiantes conversando y riendo recorrían los bonlesards la curiosa inquieta multitud iba agruparse frente a los brillantes escaparates de los grandes almacenes.
Lento y apacible, el Sena pasaba rumoreando al través de la ciudad, mientras el torrente humano se desbordaba por las an chas avenidas.
Casi usłumados, distinguianse gran disuncia los perfiles gigantescos de la Torre Eitel.
Empezaba ii nevar por eso pocas gen. tes de buen tona transitaban esa noche por las calles de Paris. En una de las menos concurridas, junto a la puerta princi pal de una gran resa. Veiase un anciano sentado en un misero banquillo y junto él, de un lado un violin, del otro un niño.
un tierno nino. No tocas mis. dijo éste al mirar su compañero con su cabeza blanca entre las manos. estis cansado. abuelo. No. ltijo mio aún no tan sólo medizaba. Has logrado recoger algo. Nada todavía abuelito.
El anciano era ciego. dirigiendo sus ojos hacia el ciclo. sus miradas sin luz fueron si perderse entre la sombra lejana; des pués, tomando el violin, exhaló un suspiTo conic1126. tocar.
Quejunbrosas, tímidas, dolientes, las 110 tas de la Serenata de Schubert temblaron en las cuerdas del violín y se esparcieron tentemente por el aire de la noche.
El niñito se puso en pie y tomando en mano emblanquecida por el frio su sombrero raido y viejo, fijaba sus miradas suplicantes en todos aquellos que pasaban. sin mirario juo él.
Yalli iban los jóvenes pensando en sus amadas, las bellas en sus trajes, los ricos, en placeres o negocios, las hijas del arro vo en la venta de su anor.
La armoniosa serenata continuada stispirando en el violin mientras que el palido chicuelo esperaba. solamente los co pos de la nieve como los besos blancos de las almas de los muertos. Plegaban prenderse en su bracito extendido en es pera (ic limosna.
Por fin llegó un joven y se detuvo es cuchar la música: 1) yer su fisotonia tran ca y dulce, el pequeñuelo le sonrió anis.
tosamente Llevaio su mano al bolsillo despues de buscar en vano, el joven. acariciando lit cabeza del chiquillo, exclamo: Crei que me quedaba una noncua pero me be

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