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PÁGINAS ILUSTRADAS 4071 ses y suplicantes, le pedía una entrevista esa misma noche para las diez, hora en que podrían estar solos y comunicarse, quizás por última vez, sus intimos pensamientos, y forjar en la fragua de su amor, esos dulces ensueños que no se realizan nunca. Luisa cerró su lectura con un beso y sello aquella cita con dos cristalinas lagrimas que brotaron de aquellos azules ojos en donde Roberto muchas veces había clavado sus tiernas miradas. después de un esfuerzo que se impuso di sí misma, se levantó de aquel banquillo que antes había servido de descanso a su esbelto cuerpo.
La joven, presa de ese tierno y dulce amor que compadece, se encamino hacia su cuarto donde, en una graciosa mesit: de cedro, escribiria los pensamientos que cruzaban por su mente, para enviárselos Roberto.
Una vez en el cuarto, se recostó en un blando y cómodo soli, en donde un her.
moso almohadon tinto servia de reposo il aquella cabecita; ahora tan sólo preocupada de la contestacióa que debía dar a la curta.
Le contestaría que bien podría venir aquella noche a las diez y que lo esperaría en la puertecita que daba entrada al jardín. o le contestaria que no le era posible acceder su petición, quizás porque dudaba del leal amor de Roberto. De aquella decisión dependía, tal vez, la felicidad de su ante. Si ella le contesta ba favorablemente, seria la última noche que podian estar juntos y empapar más sus corazones del amor sincero que ellos se profesaban, y fortalecer sus ánimos con aquella medicina de la vida, que así llamaba él las dulces palabras que salian de sus labios, las que semejaban lira de ecos celestiales, que quizá por última vez vibrarian aquella noche para su amado.
Mas si le contestaba desfavorablemente, Señorita Caridad Rodriguez todo habria cambiado para el. Ya no tendría una estrella que iluminara su mente y que guiara sus pasos en la guerra; ya no tendría un escudo que protegiera su victcrioso corazón contra las arteras balas del enemigo; va no tendría un madero que asirse para luchar contra el proceloso mar de la vida. en fin, ya todo habria con cluido para él, y entonces mais bien pondria su quellas infames balas para que penetraran y despedazaran su débil corazón; porque entonces ansiaria, más que nunca, morir.
Luisa, después de unos cuantos minutos de continui reflexión, se levantó del sofi y se dirigió aquella primorosa mesita que iba a ser el único testigo de sus tier nos pensamientos.
Tomó la pluma, y después de hacer un esfuerzo para coordinar sus ideas, las fue

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