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4105 PAGINAS ILUSTRADAS tor del Mundo vigilan nuestras noches; porque si esa imagen se tiene allí para que sirva de advertencia los pecadores, creo, que con igual razón, la par de ese culto, debiéramos tributarle uno exclusivo la memoria sacrosanta de nuestros antepasados. La Religión nos detiene a cada paso que vamos a dar en el camino del vicio, poniéndonos delante la cruz en que murió el hombre que para salvar los demás hombres, fué bueno, fué justo, recorrió la Judea envuelto en su inconsútil vestidura, hiriéndose las carnes en los abrojos del camino, y predicando sus dulces evangelios. Los buenos padres, cuando nos ven equivocados en el encarrilamiento de nuestra conducta, abren el libro del pasado, y nos leen una página que dejaron escrita con sus buenas obras los muertos abuelos. si a esos muertos, los tuviésemos, no tan lejos de nuestras afecciones, sino alli mismo en donde si todas horas estuviése.
mos contemplando su losa, no tendría más efecto la lección paternal no como ahora que sólo un día se nos permite hojear por breves instantes ese libro altilo.
cuente del pasado.
El sol está complaciente y nos permite hollar con nuestras plantas, los últimos rincones del cementerio. Cuánta flor! Se diria que el año ha sido pródigo en rosales y jazmineros. Pero. qué inmensa cantidad de sepulturas! Cómo se ve que también el año fue propicio Atropos, la cruel tronchadora de existencias. Oh! Parcas, quién os ha llamado para que plantéis entre nosotros vuestro tribunal arbitrador de las vidas. tú. Laquesis, por qué cambio del oro y de la seda sólo quieres hilar en tu rueca lana del espanto.
so color negro?
Es aflictivo el número: es alarmante la cifra de los victimados por las tétricas sentenciadoras. algunas tan jóvenes! Dioses, será cierto que os gusta la compañía de las juventudes, de las almas aún no inficionadas por el mundo? Extraño capricho; si se os fuera satisfacer del todo, qué seria de la vida, constituyendo como constituye la juventud, su alegría, su entusiasmo, el maravilloso jardin de sus ensoñaciones. Cómo es posible que nos resignemos que ESTERCITA CASTRO nos dejara tan pronto. Estercita! Podriamos acostumbrarnos su ausencia? La última noche que hablé con ella, fué en una fiesta. No siéndola posible bailar, nos sentamos; y empezó una conversación animada de vez en vez por su franca y espiritual sonrisa. Cuantas promesas había formula do para el futuro que ella miraba acercar se en forma de alado querubin cuyas alas fuesen dos pétalos de rosa. El hombre propone. El querubin era un ángel, As.
rael, el pálido implacable mensajero de la muerte. Pobres padres! Nuestro corazón derrama como el suyo muchas lágrimas, Créanmelo don Juan Antonio y doña Ester.
Pues y CRUCITO ALVARADO: Todavía la tragedia aturde los timpanos del alma. Su llegada fué tan brusca como violenta la explosión de aquella arma fatidica que la fatalidad disparó haciendo caer vencida por su hálito pavoroso una existencia en flor. Oh instabilidad de las cosas humanas!
Habéis leído lo que Juan Clemente Zenea escribió sobre la muerte de un joven? Pues por ese tenor. Cruz Alvarado tenia la graciosa edad de dieciocho años; su casa era para el como un jardin de delicias en cuyas amplias avenidas desgranaba plácida mente sus espigas de abundancia la buena diosa Ceres; era excelente hijo; era incondicional como amigo; tenia un carácter apacible y se le estimaba de veras. Cuando lo sorprendió la desgracia en su estudio; cuando le vi tendido en el lecho y va con el corazón atravesado, ví muchas perso nas depositar sobre aquellos despojos miradas de estupor salidas de quien no alcanza medir con su inteligencia los lindes del misterio. Desde luego, lo primero que sal ta la vista es que no se trata de un suicidio, sino de una fatalidad. Crucito no queria dejar por nada este mundo. Pero asi fué la desgracia. Eironeia, exclamaria Daudet. Ahora sólo os resta, don Santiago y doña Luisa, pensar en Dios y acogeros bajo la augusta sombra de descanso y de alivio que os ofrece la Santa Religión que profesáis.
Conceptos que también asoman mis labios al recibir la noticia cablegráfica que nos anuncia la muerte en New York del caballero don JAIME CARRANZA. Cónio pintar con cercano parecido la desesperación de esa familia: No hay color, por negro,

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