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4168 PÁGINAS ILUSTRADAS conoce, en absoluto, el sentimiento de nacionalidad. Las tribus poseen cada una su historia, sus tradiciones, y sus títulos de nobleza, propios y exclusivos. Divididas por odios seculares y en combate perpe.
tuo, su patria es su cantón. El Islám es lo único que las suele unir alguna vez, como hoy las une contra España.
Se conocen hasta la saciedad las otras tierras de Mahoma. Quién no ha estado en Turquia? Se ven alguna vez turcos auténticos en las logias masónicas. Se puede hoy invernar en Egipto como en Niza en Málaga. Túnez y Argel son para Francia como una doble prolongación de la Cannebiere en Marsella. Pe.
ro, tel imperio marroquí! En el rincón, que tanto se codicia, del Norte de Africa, es donde solamente existe a la hora de ahora una civilización arabe autónoma: una sociedad mahometana regida por ritos, por usos y costumbres seculares, y un co.
lor local, que el europeo no ha podido aún borrar con sus conforts y sus ordenanzas saludables de higiene pública. En sus 888 kilómetros de costas mediterráneas, limitado por el Sahara y por la Argelia, cle Maroc, estas horas, es más ignorado que la China.
Europa, que no en vano es fuerte, se empeña en abrir de par en par las puertas, que el amo de la casa quiere resguardar con mil cerrojos. Europa, la fuerte, tiene no tiene la razón? Lo cierto es que el imperio de Marruecos no quiere nada con Europa. Los extranjeros, a no ser en Tán.
ger, no pueden poseer en paz ninguna fin ca, ningún trozo de campo, en el territorio donde, de derecho y no de hecho, domina el Sultán. Allí no es posible montar sosegadamente ninguna vía férrea, y mucho menos explotar los recursos mineralógicos, pése a las declaraciones del Acta de Al.
geciras.
Ese rincón del Universo, donde la Ni turaleza ha prodigado sus dádivas más ri.
cas, aún permanece inexplorado, inútil y estéril para el hombre. Así lo ha querido, así lo quiere, el clericalismo musul.
mán. Mientras no se le abata, no cambia rá Marruecos: seguirá siendo lo que ha sido desde los días de las Cruzadas hasta los tiempos más cercanos, en que las na ves europeas hundian en el Mediterráneo las últimas embarcaciones de los corsarios berberiscos.
Fastuoso y terrible, majestuoso infec.
to, espléndido y fatídico, artistico y sangriento, el país, con sus ocho millones de habitantes, vibra de fé. Desde lo alto de las mezquitas, los almuédanos entonan sus coros extraños, invitando a la plegaria los fieles. En los días festivos, las cofradías de fanáticos, las procesiones de ai naonos y de «derviches recorren las ca lles de los pueblos, aullando y haciendo contorsiones. Es la tierra de los harenes misteriosos, donde los señores opulentos suelen tomarse un anticipo sobre los placeres ofrecidos en el paraíso de Mahoma.
Es la tierra de las deslumbradoras fantasias, donde el guerrero adorna su montura con piedras preciosas, ostentando su fusil enorme, incrustado de nácar. Adormeci.
do en la adoración de sus viejas ciudades de almenados muros, Marruecos ama su pereza, como se solaza en sus ensueños el lumador de chaschisch. ésta es precisamente la nación, ó, mejor dicho, son las tribus a las que se quiere «europeizar, merced la alianza consabida del «self government. los De rechos del Hombre, el Concordato de la Santa Sedel. Pues si, si mil veces!
Aunque la empresa sea difícil, y aunque pueda discutir la forma el procedimien to, la civilización, que partió un día de las orillas africanas, debe restituirse al Africa.
La Humanidad, considerada en su conjunto, tiene necesidades imperiosas, infinitas,

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