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PAGINAS ILUSTRADAS 4197 Jesús abre sus labios proféticos y Marta atonita oye estas hermosas palabras: Yo soy la Resurrección y la Vida, quien cree en mi, aunque hubiere muerto, vivirdi, y todo aquel que vive y cree en mi, no moriri para siempre.
El semblante de Marta cambia de color con ligereza suma, está confusa y el Maestro le pide entonces un acto de sumisión, de cariño, de amor sus celestiales doctrinas. Crees tú esto? le interroga Jesús. Oh, si, Señor, vo lo creo. Jesús lloraba.
Con paso lento se encamina Jestis al tio funebre en donde descansa Lizaro. Dónde lo pusiste? pregunta Jesús. El con curso de gentes es ya numeroso.
Amigos desconsolados los unos, indiferentes los otros, turbas de incrédulos más all. i, y bandadas de enemigos jurados del Mesias los de aculla. Aquella asistencia heterogénea está fija, pendiente de los ademanes del Maestro de Galilea, no pierde uno solo III IV Marta se siente con nuevas fuerzas, su corazón ve un ravo de esperanza que pasa por su nublado cielo y parte de súbito en busca de su hermana.
Maria, el Maestro te llama, aqui está!
Ha días, la existencia de esta alma apasionada y arrepentida se sustenta con el pan de lágrimas. Maria Magdalera se levanta, sus ojos están empapados de tanto llorar, su blonda cabellera flota con descuido sobre su nacarada frente y sus esculturales brazos están apretados contra su pecho y todo su continente refleja el amargo, acerbo dolor que la sumerge en bondas aflicciones. Ha oído pronunciar el nombre de Jesús; este nombre resuena dulcemente en su lacerado corazón. Tanto ha desea do ver a Jesús para contarle sus grandes penas!
Maria está junto al Maestro y entre gemidos le dice: Señor, si hubieses estado aqui mi hermano no habría muerto. Jesús ha visto poco ha llorar Marta, ahora contempla sus pies a la antigua pecadora del Castillo de Magdala, toda lacrimosa, deshecha en lágrimas. De los ojos de muchos de los concurrentes se escapan furtivas lágrimas. La Humanidad de Jesús se conturba, se estremece. El clamor de los afligidos penetra hasta lo recóndito de sus visceris, les tan bueno!
Las claridades de la tarde iban poco poco esfunindose en el horizonte. Las palmeras copudas habían replegado sus ramas y la calma aplanante de la noche comenzaba inundar todo de una profunda melancolia.
Frente frente de la cerrada gruta, cuya entrada cerraba una enorme piedra, encuéntrase Jesús. La Vida y la Muerte estin casi juntas. Jesús exclama: Quitad la piedra.
Marta se asusta, se acerca a Él con vive za y le dice: Señor, comienza a heder, es el cuarto día que está ahi. Al instante Jesús la reprende. Marta, eno te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?
Muchos de los presentes no objetan na da, humildes se disponen a obrar los sobe.
ranos mandatos del Proleta. No temen el olor nauseabando que puede exhalar el cadáver de cuatro dias. Se adelantan, empujan la piedra sepulcral y se retiran. Una luz pálida como la de mortecinos cirios iluminaba la antecámara que precedia al sepulcro en cuyo fondo se dibujaban con fusamente los nichos en las sombras.
Marta y Maria se miran entre sí; el corazón de Maria, enamorado como el que más, alma de vuelo impetuoso, ardiente, quien el Señor perdonó sus extravíos, por que amo mucho, no aparta sus negros y

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