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4190 PÁGINAS ILUSTRADAS el público para no dormirse más. Recuerdo este propósito que cuando estuvo en Costa Rica el eminente actor dramático Emilio Tuiller, por la Cuesta de Moras había campado un circo de acrobatas temerarios, dirigido por Pubillones, gran profesor de energia. Pues bien, se dio el caso de noches que siendo pérdidas para Tuiller constituyeron pingüe ganancia para Pubillones. cuenta que no podia hablarse de precios, toda vez que una y otra empresa cobraban lo mismo. Excuso de.
cir el concepto amargo con que Tuiller abandonó nuestras playas. No se ha repetido esta vez el caso. Una plaza de toros invita al mismo tiempo que nuestro Colisco al público, ávido de expansiones. Para orgullo y satisfacción, hemos de confesar la preferencia marcada en favor de la Compañia Dramática, que experimento nuestro público, desde la primera noche de representaciones teatrales. El debut de la troupe con Madame San Gene, fué un maravilloso golpe de efecto dado en firme.
La exquisitez de los trajes, la magnificencia del decorado y la armonía de los ac.
tores, precaviendo esos terribles altibajos que produce el cúmulo de méritos de unas partes y las deficientes cualidades de otras, todo ello tuvo un poder cautivante y decisivo, con el cual ya se podía augurar para los simpáticos empresarios un éxito, mejor aún, un exitazo. Dificil, imposible resulta la enumeración circunstanciada de los méritos que adornan cada artista.
Baste con saber de su eptación gend que ya tendremos tiempo de ir analizando los méritos sobresalientes, a medida que la ola de las representaciones saque for de espuma dichos méritos. Desde La Corte de Napoleon, hasta el día en que estamos bilando esta crónica, han pasado siete representaciones en las cuales puede afir.
marse sin temor de herir susceptibilidades que la Compañía Fuentes ha conquis.
tado siete consecutivos laureles, para ceñir con gloria sus afanes y desvelos. Lo de las timoratas susceptibilidades que heme referido, es porque no falta quien habien do maleado su gusto en la admiración de actores cuyo mérito se contrae a producir en el público temblores nerviosos fuerza de emocionarlo vivamente con palabras y gestos, altilocuentes, es cierto, pero de una elocuencia que se compadece muy poco nada con la realidad de la vida, håceseles imposible admitir lo que pudiera llamarse la humanización del teatro; sin pensar en que, precisamente por esa humanización, trabaja el laborioso genio que infunde vida al teatro moderno, cuyos baluartes poderosos los encarnan: en Francia, Capus y Sardou; en España, Benavante y los Quintero; en Italia, Bracco; en Noruega, Ibsen y Bjorson. He hablado más de lo conveniente. prisa, pues, que el tiempo apura. No concluiré, sin embargo, antes de referirme con especialidad las dos figuras sobresalientes de la Compañía que me ocupa. Ellas, por de contado, son Francisco Fuentes y Antonia Arévalo. Fuentes tiene, a mi ver, la cualidad sugestionadora.
Desde sus primeros pasos en la escena simbolizando la figura imponente y magestuosa del corso singular, su carrera, como la del gran Napoleón, es de victorias. Ojalá la buena estrella del artista no comience a nublarse en Tolemaida, para concluir eclipsándose en Santa Elena!
Lo cual no es presumible. Hay en Fuentes juventud inteligencia bastantes para elevarlo por los campos de la escena, al són de atambores victoriosos y con paso vencedor. Intencionadamente ha ido presentándose al público en muy diversos papeles, como para probarnos su admirable escuela de gran artista, que tanto logra emocionar fuerteniente en Hamlet, El Abuelo Madame San Gene, como regocijar en La Praviana y Divorciémonos, habiendo

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