Guardar

PÁGINAS ILUSTRADAS 57 le ansío que me narres la leyenda del épico momarca del Sitola; rehéreme la bárbara contienda del altivo cacique de Pacacua hecho un Aníbal en su liza horrenda.
Refiéreme también, antes que vuelva mi espíritu al dolor, al ser la noche, el idilio de mozos montaraces, señores de la selva, donde abren las parásitas su broche y afnan sus arrullos las torcaces; de mozos ataviados con las plumas de extraños colibríes; de mozos recios y de faz alegre acostumbrados vencer las pumas en las quiebras sinuosas de Savegre; anhelo que me digas del canto de tus ritos en las siembras y del sagrado culto a las espigas; de la gracia, sin arte, de las hembras que fueron danzar a tu cabana, también de los pasados terremotos que hicieron agitarse la montaña y huír los Vireitas y los Botos.
Humano pergamino, momia antigua, torna bañar en luz tus muertos ojos, deja del bosque la penumbra exigua, vuelve a la vida contemplar los rojos crepúsculos del Sol tu Dios sublime, quien fuiste invocar tus verjeles.
Desata ese vendaje que te oprime, enfréntate de nuevo la existencia con la fuerza vital del movimiento; que surjan tus palabras en tropeles y denine claridad al pensamiento, como aroman los mirtos y claveles y los frescos nenúfares el viento.

    Notas

    Este documento no posee notas.