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13:1 licia Resonancias del terruño.
Por Ramón Quesada, cht Ultimos días de Cartago este des, Grit dan daci. rupa Tam ge hub joc do SU can. Comprends que ya había muerto y me dije: sólo falte vor esto no tardar. ir cho; que se haga la voluntad de Dios! da me impresionaba la muerte. sabia que solo vo falaba, y resignada esperaba mis últimos momentos. Lo único que desea ba era morir al aire libre, y no bajo aque la pesada 5a de escombros. Pero era impasible, altin esperanza se desvanecia. Las únicas voces humanas que se escuchaban eran la de mi cuñada Maria la de su esposo Adolfo Rojils, que con tres hijos y la sirviente habían corrido la misma suerte que nosotros, con parcs de por medio. Como los sacudimientos de La tierra eranton fortes y tan seguidos.
las maderas y vidrios crugian de un modo horrible, los cuerpos pesados seguían cayendo con estrepito. Mientras tanto, naestros cuerpos estaban más y más oprimidos. apenas me quedaba con acción la mano derecha, con que procuraba me.
dio limpiarme la cara, pam quitarme algo que me estorbaba. que supuse fuera va el sudor de la muerte, pues a ninguna he a sentí que pudiera tener tan heridas mi cara mi cabeza.
Resuenan pasos, renace mi esperanza de morir al aire libre y con los alios necesarios, y grito a mais no poder peso no ciao aquellas gentes de Dios, o no Dacian caso: eso no lo sé.
Trascurrió un largo, muy largo rato. de muevo oi pasos como de una persona sola. Mi esperanza aun no se habia debiLitado del todos queria morir, coma dije.
al aire libre y con los auxilios que nuestra santa religión ofrece. Grité repeti mi suplica. Vor part allá! me contestó una vox varunil: pero grite otra vez para saber donde está Aquilaqui; le conteste con vox casi desfallecida. la esperar un momento, porque yo solo unde puedo hacer por ali se oyen mas personas aterradas. Como que va viene gente, son dos hombres. Alto an gosi vengan cn mi avuda, que urge mu chụ.
No podemos, vamos precisados, con.
1estan los transeuntes. Como! Si no vienen inmediatamente los tiro, sos autoridad!
En media de mi tribulación bendije aquella voz enérgica que venia en mi 13.
silio y contprendi que intimados dos las Oigames el sincero relato que la scio.
T: Blanco de Zavaleia, hace ella mism: de lo que le sucedió aquella noche de siniestros recuerdos. Después del 13 de abril, dice, ni na rido José Zavalen y yo dispusimos tomar en la sala de la casa las 30 el te que acostumbribamos a las p. para poder ast retirarnos mais temprano al ran.
che provisional de otros miembros de la familia. Al anochecer el de mayo, esti harios en el lugar dicho con nuestros his jos (rudia de anos Hernin des, y un poco más adestro la sirviente Maria Pacheco con un niño, de cuatro meses.
en los brazos. Aun no habiamos acabado de repost: nuestra bebida, cuando fui mas sorprendidos por el terrible sacusti miento. Aquello for instantánco: como enipujados por um resorte, corrimos hacia la puerta de la calle que no distaba ni cin co pasos, vendo adelante Hermin que era sumamente nervioso, y el cual juzga que cavó fuera de la acera, y después de el todos nosotros.
No acierto esplicarme como fue la caida, pero sí cuando me senti fai en el suelo, completamente aterrada, ovendo gritos desgarradores en mi derredor, yo na gritando con todas as fuerzas, porque la pared del zaguán nos había cal to encima. Yo estaba boca abajo, con la mana derecha cerca de la cara, sobre mi costado izquierda caso boca arriba mi esposo. Como me quedaba un poco libre el brazo de ese lado, podía perfectamente pasarle la o por la espalla y tocar la cabecita de la nija, que estaba casi entre los dos Jose me llamd una cuantas veces por mi nombre, y me pregunta si estaba muy herida, y ambos la vez no ces. bamos de gritar para que nos sacaran de aquel martirio, pero nadie respondía a nuestros lamentos ti nuestros ruegos.
De los niños no oi más que un grito penetrante de pavor, que aun resuena on mi corazón. Llame la niita como 10 11:33 me contesto, le acaricie la cabeza, y me dije: Ya estil muerta. Como el cluquitin saulio tato presto adelante, me imagine que estaria vivo. ei mitad de la calle vaunque le llamaba y no me respondin, abriguc la esperanza de que nada le habria pasado y que se habría ido al rancho do la familia algun otro punto de la secin.
dai. todo esto cada vez que oianos gen te repetiamos a grandes voces que vinie.
an en nuestre auxilio, mas indo crach 12110. Alguna persona le oi decir: espeTr. Ya cami! Yuda; guardamos un to de silencio y amos que de la casa vccins sacaban primero tina persona. después on mientras un nosotros agonizbamos por la tardanza en soenrremos.
Habrían pasado unas dos bons coton terrible angustia, cuando vinos pasos.
can la fuerza de que con capacu OCStros cansados pulmones gritamos nuex:1mente, que por Dios nos sacaran, Sc oian warts personas, tal vez tres o cuatro ral llegar frente a la puerta donde los tros estábamos, comenzaron encender losforos. Que es preguntó una die ellos. Un niño, dice el del fósforo, he tro: pezado con el Si si, un niño! repetian los iemes.
guienes no cesaban de prender fósforos. Pero está muerto! iPobrecio repi.
Ten en COTO. Saquenlo. les contesamos, es bijo nuestro. nos lo llevan al mucho de on frente, de don Santos icon Aquí c51:1 mos Otros pais aterrados, arúdennos!
Si. 2011 volvemos nos contestaron. se fueron enseguida, sin licer nada.
Note que la voz de mi marido, al disi gir aquellos hombres sus angustiosas súplicas, era cada vez mais linguida y apagada. Luego le oi quejarse; asi permaneció un rato largo, le hablé y no me contesto.
Pasi mi mano por su espalda y le repeti mi voz. pero no le volvi pr más.
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