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ILUSTRADAS PAGINAS ILUSTRADAS por Ramón Quesada.
as de Cartago Continuación XIV le al su DS lo as 0, or el 0, nlo le Tor ni 1ix ra no muy distante de donde yo estaba, los desgarradores gritos de mi madre que im.
ploraba ausilio; vo hacia otro tanto, pero no llegaba mi ninguna voz de afuera, nada absolutamente que pudiera hacerme concebir una esperanza, y la desesperación se apoderó de mi.
La casa tenia cielo raso de tela y además de madera. Hice esfuerzos sobrehumanos por romper o despegar una tabla del te.
cho, pero eran tan gruesas que no me fue posible, y mientras tanto, una innrensa polvareda me asfixiaba. La reflexión me vino, al fin y recorde que tenía fósforos. encendi varios, pues por fortuna me habían quedado las manos libres, pero inmediatamente se apagaban por la falta de aire; saqué de mi bolsillo un cortaplumas que traia por casualidad y comencé a cortar la manta del cielo raso que me tenia envuelto. Entonces vi por un pequeño agujero, entre los escombros que me oprimian, una claridad instantánea, semejante un relámpago, que me acabo de aterro: rizar, pues crei que los alambres de la luz eléctrica estaban incendiándose y que pronto se comunicaria el fuego a los materiales caidos sobre nosotros. Después supe que la claridad que yo había visto era efecto de un bólido que cruzó el cielo enseguida del terremoto.
Segui trabajando con desesperación has ta que logré sacar la cabeza, y luego todo el cuerpo: corri presuroso y di vuelta hacia la entrada de la casa, pues yo había salido por uno de los costados, y lo primero que distingui, en medio de una densa polva.
reda, fue la figura de mi esposa con una niñita en los brazos (mi hija menor. que me indicaba, llena de espanto, el lugar donde estaban sepultados los demais: ella había salido con la ayuda de mi hermano Alejandro, que como yo, también se había salvado solo, por sus propias fuerzas. Mis hermanos Gonzalo y Juan Rafael llegaban y en ese momento precipitadamente de la nuestra última esperanza acababa de des.
calle, donde les habia sorprendido la cal vanecerse por completo, al mirar sin vida tástrofe, y juntos emprendimos entonces aquel semblante dulce, que tantas veces la tarea de salvar nuestra madre y mis habíamos conteniplado con amor en las otros hijos de quienes apenas se oia un horas de felicidad, como en los dias de débil clamor, que salia de debajo del mon sufrimiento tón de escombros.
Senti bruscamente el enorme peso de La oscuridad era completa, la tierra se la desgracia que nos afligia; comprendi la guia estremeciéndose a cada rato, sordos horrible orfandad en que quedabamos, y retumbos subterráneos y multitud de vo en medio de aquella inenarrable confusion ces y gritos desgarradores que se alzaban sintiendo ya que mis fuerzas Maqueaban, de toda la vecindad aumentaban el pavor alcé con mis liermanos aquellos restos tan de aquella noche, cada vez más. Pero ni queridos y los trasladé al rancho que te todo esto unido a la fatiga y si la absoluta níamos en el patio de la casa desde el 13 falta de herramientas que nos facilitaran el de abril trabajo, podia interrumpir nuestra tarea, El deber nos llamaba a todos de nuevo y nos despeda zábamos las manos porque al mismo fatidico lugar: necesitabamos no había otro recurso. Por fin trope buscar nuestro hermano Félix, pero ya ce con los cuerpos de dos de mis el hombre que nos habia alumbrado con su hijos, que tuve la dicha de sacar vivos linpara, para hacer el fúnebre descubri.
después de mucho costo, y, sin tiempo miento, habia desaparecido. La más com que perder, les deposité en brazos del pleta oscuridaj reinaba de nuevo en aquel primero que se acercó a recbirmelos. escenario, la lluvia principiaba caer y el Continuamos apartando obstáculos, ansio viento soplaba con furia. Corri como un sos de salvar cuanto antes nuestra madre, loco por desiertas calles, en compañía de cuando una nueva pena vino en aquel mis hermanos, en busca de una linterna, instante aumentar el dolor de todos, al pero poco después regresamos todos la oir la voz de alguien que nos decia que casa decepcionados: nada habiamos podinuestro hermano Félix, quien hasta en. do conseguir, pues cual más, cual menos, tonces habiamos creido salvo, estaba tam todos estaban en las mismas dificultades bién sepultado bajo la ruina. pero nadie que nosotros. No podíamos dejar que podia decir hacia dónde ni en qué sitio pasara allí la noche, bajo aquella masa podia estar, pues ninguno se acordaba homicida, un miembro querido de la fadonde lo había visto la última vez, ni si milia, tal vez vivo aún, y sin embargo era lo había oido después de caida la casa. imposible, sin una luz. poderlo hallar.
Todavia nuestra madre nos hablaba in Mientras tanto los retumbos continuaban, tervalos con angustiosa voz, nosotros la tierra seguia temblando como si quisiesin dejar de trabajar, procurábamos infun ra amedrentarnos todavía más, y la lluvia dirle ánimo, mientras la sacábamos, cuando principiaba a arreciar. Viendo la inutilidad se sintió otro gran sacudimiento, casi tan de nuestro empeño ante aquellas fuerzas fuerte como el primero, y en seguida no desatadas en nuestra contra, decidimos volvimos oir más nuestra amorosa llenos de dolor y desconsuelo refugiarnos madre. En vano la llamamos repetidas en el rancho, velar por el resto de la veces, poseidos de la mayor desesperación: noche, el cadáver de nuestra madre, en el último temblor, sin duda, al remover y unión de dos familias vecinas: la de don apretar más los escombros, acababa de Federico Quesada, y la de don Pablo Toapagar para siempre su maternal acento. rres, y esperar con ansia la claridad del Pasaba a la sazóa un hombre por media nuevo día.
calle con un farol en la mano, y al escu Al fin las tinieblas se fueron disipando char nuestras exclamaciones, se acercó, poco poco, nedida que un panorama con ayuda de la luz pudimos muy pronto de desc lación y de tristeza se iba presen.
descubrir el cuerpo de nuestra madre: uma tando con todos sus detalles nuestra ojeada aquella escena no más, basto vista. No se habia aclarado completamen para convencernos de la horrible realidad. te el dia, cuando nos dirigimos al lugar Todos nuestros esfuerzos, no habían sido en que habia expirado nuestra madre; per.
suficientes para arrebatarle a la muerte la manecinos alli un momento pensativos, prenda para nosotros más querida, y asf sin cruzarnos palabra, y saber qué hacer, Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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