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PÁGINAS ILUSTRADAS cuando mi hermano Alejandro se agachó hasta que al entrar al patio de la casa, y a recoger algo del suelo, que habla lla tropezar con dos cadáveres que estaban mado su atención y repentinamente se cubiertos con una sábana tuvimos, con levantó con el semblante demudado. Oh dolor inmenso, que decirle la verdad.
ingrata sorpresa! Lo que Alejandro había Una escena imposible de contar, sin que descubierto era la cabeza de nuestro des el corazón se sienta de nuevo conmovido, graciado hermano Félix, que apenas sobre. se sucedió entonces: mi padre, de pie salia entre los escombros.
contemplaba a las victimas, casi indiferen.
Principiamos desenterrarlo inmedia te, por lo extraordinario de la emoción, y tamente, y poco después teníamos la triste todos los demas, grandes y pequeños, nos satisfacción de colocar su cadáver al lado lamentabamos de aquella increible fatali del de nuestra buena madre, quien él dad, que en brevisimos segundos había había hecho compania hasta los últimos llenado de luto nuestro hogar, sumiéndo.
momentos. Aquí llegó a su máximum nos en el mayor desconsuelo y abatimien nuestra pena al notar el desamparo tan to, grande en que quedabamos, sin ninguna Poco más tarde teníamos que soportar clase de recursos y sin saber dónde di: la inefable pena de ver salir para sienipre rigirnos para conseguir algún alimento que de nuestro lado, con dirección al cemen ofrecer por lo menos los niños, hasta terio, aquellos restos venerados, sin un que más tarde logramos proporcionarnos ataúd siquiera, porque no había donde algo, cuando comenzaron a llegar provi conseguirlo, y en una carreta, que era lo siones de San José y de otras partes. único que se pudo conseguir para el enComo a las de la mañana llegó nues. tierro; y tres dias después, el compromiso tro anciano padre pie desde la capital, en de abandonar, con el mayor sentimiento, la mayor angustia y sin saber lo que habia aquella ciudad en ruinas, para trasladarnos pasado en la casa: todos corrimos a abra: Alajuela en busca de un asilo. zarlo, y como si obedeciésemos a una consigna preparada, ninguno se atrevió a comunicarle aquella tremenda desgracia, FELIPE SANCHO IGLESIAS.
La serenata de un poeta Ernesto Martin En alta noche solas con la calmavense unos cuantos músicos afuera, se escuchan suaves notas en la acera de la morada poética de una alma. se levanta erguida como palma al escuchar la música ligera.
la novia joven, que abre su vidriera a la canción ducísima de Balma.
Su tierno corazón adolescente.
se estremece agitado por el miedo.
de sufrir las torturas del cariño.
Hay perfumes de amor en el ambiente.
Ya el eco va extinguiéndose muy quedo: la serenata expira como un niño!
OTONIEL FONSECA Amn Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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