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S ILUSTRADAS PAGINAS ILUSTRADAS 15 Tragedia bruta Tiberio La Historia, que con sus fanales nos muestra el pasado, para norma y enseñanza de pueblos individuos, nos da conocer que en lo moral nada pasa im.
pune cuando se hace daño, pequeño grande; que no hay tiranía ni fiera humana que, en conclusión, no reciba el castigo que merecen sus desmanes.
Para Agripina, Nerón, y para éste, Macrón.
Hechos históricos, como el presente, debieran narrarse cerca, muy cerca de los mandatarios que todavía en este siglo y esta hora tienen calabozos inmundos, crueles penitenciarias, azotes, torturas para sus conciudadanos, para sus hermanos.
momentos en que asoma mi frente, bajo la apariencia de un manchón lívido, algo así como una estrella maldita que ilumina mis noches con los resplandores de la fatalidad: La mate; pero de qué modol.
Arrulle primero con la música de mis palabras la que habla de ser más tarde la victima propiciatoria de mis criminales instintos. Imprequeln después, y la llame luego a nuestra casa, el dulce nido de esposos, todavia caliente del calor de su cuerpo, sublimado por el éxtasis de los primeros ensueños pasionales.
Ella estaba en la kermess decidora festiva, sonriente y lisonjera. Sin sospechar la proximidad de su espantoso fin, siguiome como una timida gacela, arrastrando con indolente descuido sus dimi.
nutas chinelas, brillantes de piedrecillas luminosas.
Convencido de que ya nadie nos veía, de que el ruido de la fiesta había eclipsa.
do nuestro recuerdo, llevéla al jardin de muestra quinta, la orilla del nemoroso estanque poblado de cisnes extasiados en la augusta somnolencia de la tarde, y hun di en su corazón la fina hoja toledana que guisa de cortapapel usaba yo en mi mesa de trabajo.
Luego, cuando en estertores de agonía alzaba misus brazos languidecientes para dejarlos caer al punto; cuando la sangre ahogó en sus labios el nombre mio: Enriquet Enrique. balbucido apenas, recogi su cuerpo de la verdosa grama, y con sonrisa de desdén y de demonio, quise ver tiñéndose la linfa voluptuosa con su propia sangre, y lo arrojé en las ondas.
produciendo, al hundirse, una encendida ebullición de perlas: fugaz lengüeta de agua tenida de rojo fué besar mis plantas: último hálito de su existencia que acudía ofrendarme el Osculo postrimero de su amor.
Un minuto después (la noche había acentuado ya sus tintes penumbrales) su cadáver flotó sobre las ondas. Furtivo lampo del crepúsculo baño en flores de carmin el rostro de la occisa. Crei por un momento que ella se ruborizaba de mi crimen.
La galera que llevaba Agripina con sus criados Galo y Aceronia, mata Creperio; ganando la madre del monstruo la orilla, fué socorrida por los barcos de la costa y llevada su quinta.
Cerca está ya mi madre, viene tomar venganza dijo la fiera, armara los esclavos, incitará la cólera y el furor de los soldados; acudirá al favor del Se.
nado y del Pueblo, representando el naufragio, la herida y la muerte de sus amigos. Se hace preciso el puñal de Aniceto, para dar un Imperio, y la tragedia se abre campo con Agerino, el enviado de Agripina, hasta llegar la cámara.
Horror. El golpe de Herculeo en la cabeza de Agripina y la vista del centurión, sirvieron para que la acometida, descubriéndose el vientre, pronunciara aquellas célebres palabras: hiéreme aqui. Muchos golpes, muchas puñaladas; y la madre del César, la del vicio, la del crimen, dejó de existir en su quinta, por el lago de Lucrinio, en completo desamparo y la luz de débil lámpara. El cabo de Mineso, la quinta que fué de Lucio Lúculo, había de recordar el lago de Lucrinio.
Las fuerzas comenzaron faltarle al tirano, al monstruo, al asesino sin igual; y como a pesar de los pronósticos del famoso médico Caricles. de que iba faltando el espíritu. volvía Nerón de su desmayo, Macrón ordenó que aquel viejo fuese ahogado, echándole encima fabulosa cantidad de ropas, mandando que todos saliesen del aposento. los sesenta y ocho años murió el asesino de Agripina: la fiera mundial!
e. La madre dijo: Hiere el vientre que albergó la fiera. Macron: cubran esa deformidad, para que se extinga. ARTURO AGUILAR.
OSCAR PADILLA Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.

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