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4 PAGINAS ILUSTRADAS guida llegó llorando la esposa del señor Jiménez, y nos dijo que también la madre de ella, junto con un niño de Sinforosa y una niñita de Sbrabati estaban aterrados.
Esta señora me dió algún consuelo al comunicarme que momentos antes del terre.
moto, habían estado conversando las dos viejitas en la puerta de mi casa, sobre el gran miedo que tenían por haber temblado tanto ese día; y que mi mamá estaba en una de las gradas de la puerta, cobijada con una toalla; y que luego se despidieron, quedando mi madre en la posición indicada, y la de ella, en donde nos señalaba que podia estar. Oídas esas palabras consoladoras de la señora Anita de Jiménez, recordé que frente La Soledad tenía un ranchito una familia Navarro, muy amiga de la mia, y supuse que por haber estado mi madre tan inmediata a la calle, habria tenido tiempo de huir para refugiarse. Lle.
gué y de pronto se abrazo mi cuello mi hermana, llorando con desesperación.¡Gracias a Dios! le dije, que te has salvado y mi madre? No sé de ella, me contesto; y juntos confudimos en aquella angustia nuestras lágrimas, porque tuve un triste presentimiento. Dónde se encontraban Uds. en el instante del sacudión: Yo estaba con mamita sentada en las gradas, y poquito de estar con ella, se me ocurrió entrar con mil miedos la cocina y traerle una taza de café, y estaba apenas tomándoselo, cuando se sintió el horrible meneón. Yo, aterrada corri desatinadamente y cuando ya me habia alejado cierta distancia, me detuve, y no la vi, ni supe para dónde cogió. Esta nueva noticia alivió un poco mi congoja, y me dije: 1puede haberse salvado, y talvez haya tiempo de socorrerla! Regresé con toda precipitación contarle lo que me ocurría mi inolvidable don Chico, brazo derecho mío, y que fué más que un amigo, un padre quien siempre tendré que llorar. Dios lo tenga en el cielo! No lo encontré en el mismo lugar donde lo dejé antes, sino frente al Hotel Francés, abrazado con toda su familia. Sus palabras me dieron aliento, y continuación volví a los alre.
dedores de La Soledad por ver si alguien me daba razón de mi madre, y nadie absolutamente me ofrecía la menor noticia.
Oh noche de tan tristes recuerdos, en que no se oia ni se veía más que lo que tantas veces se ha referido!
Cansado y abatido me meti otra vez al rancho de la familia Navarro, donde determiné pasar el resto de la noche con otros vecinos: unos llorábamos, otros rezaban, y cada temblor todos nos estremeciamos de miedo. Como a las de la mañana, hora en que principiaba haber claridad, me trasladé con mi hermana registrar los escombros, cuando, joh desengaño! me da un grito doloroso ella, diciéndome al mis.
mo tiempo: jaqui estd aterrada! Efectivamente allí estaba, un poco fuera del cordón de la acera, pero no asomaba más que una pequeña parte de la cabeza. Con toda diligencia y cuidado fuí quitándole los grandes adobes que la cubrían; estaba boca abajo entre un charco de sangre, y hacia las caderas estaba prensada por el alero de la casa. Mi amor de hijo me impide de.
cir cómo tenia la cara, los brazos y el cuerpo: había sido una verdadera mártir, y presumo que murió instantáneamente por que muchas veces en la noche anduve para allá y para acá, y no oſ ni siquiera un ge.
mido. Oh tormento que llevaré siempre en el corazón!
En el mismo sitio donde la desaterré, la dejé tapada con una tabla, al cuidado de mi hermana, mientras yo iba conseguir un ataúd, y con dificultades y súplicas logré obtener uno, toscamente hecho, y sin tapa.
Sobre la marcha trate de buscar una sába na y tuve la dicha de encontrar don Salomón Sauma, quien, conmovido de mi situación, se entró a su tienda en ruinas,

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