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IO Páginas Ilustraas LA BODA DESHECHA ונן do in 110 da no sic pei ago po hu en Ta COI su se ter buj se Cae la tarde. La marquesa de Valplata está en su gabinete medio tumbada sobre una butaca larga, y apovada la cabeza contra un montoncillo de pequeños cojines de raso. Desde la habitación, que pertenece un piso bajo, se ve un trozo de plaza ajardinada, con céspedes húmedos, paseos estrechos, la arena convertida en barro seco por el tránsito y las escarchas, la casilla del guarda con una hoguera ante la puerta, y varios arbustos escuetos, de cuyas ramas cuelga todavia alguna hoja seca que no han logrado arrebatar los vientos.
La marquesa, fija la vista en la vidriera del balcón, mira pasar indiferente las gentes que cruzan por la plaza. Su figura inmóvil, como inanimada, se dibuja encima de la butaca, destacando los ropajes blancos sobre el raso negro del mueble. Tie.
ne una mano escondida entre los rizos despeinados y negros, caída la otra mano lo largo del cuerpo sonteniendo un abanico japonés con que momentos antes evitaba el resplandor molesto de las llamas de la chimenea, y por su falda, vueltas las páginas contra la tela, va resbalando ha.
cia el suelo una novela francesa que ya ha dejado de leer por faltarle la luz.
La claridad del dia mengua poco po.
co; los rincones del gabinete son los pri meros que se hunden en la sombra. Ya han desaparecido el mueblecito maqueado cubierto de porcelanas y juguetes, el piano abierto, con una tanda de valses sobre el atril, y los cuadros que cuelgan del muro y en cuyos cristales brillan reflejadas las llamas de la chimenea. La dama no separa los ojos del balcón; cada minuto pasan menos gentes; todas van de prisa, como empujadas por el frío, y al cruzar entre los vidrios, sus sombras parecen deslizarse rapidamente por el techo del gabinete. De pronto, el aire transparente y diáfano empieza jaspearse de millones de puntos blancos, movibles, que caen calladamente, deshaciéndose al caer en tierra.
De alli poco nieva con más intensidad; los copos, hallando secas las piedras y la arena, van sosteniéndose unos a otros, toman consistencia, y poco de in rato la plaza queda blanca, los árboles comienzan cubrirse de encajes, las líneas salientes de los edificios se dibujan con la nieve detenida, los ruidos lejanos van debi.
litándose insensiblemente, y las huellas de los transeuntes quedan borradas apenas se levantan los pies del suelo.
Una pobre mendiga se para de repente ante el balcón, ve la marquesa iluminada por los resplandores de la chimenea, y alzando los ojos tiende la mano sobre la señora, que continúa inmóvil. Las miradas de ambas mujeres se cruzan, se com.
prenden, y ambas insisten; la mendiga sigue con los ojos en alto y la mano extendida; la dama continúa como clavada en la butaca. sin embargo, ha visto la figura y el ademán de la pordiosera; ha reparado en su falda de harapienta, en sus brazos mal cubiertos por un mantón raido hasta trasparentarse, en su cuello desnudo, amoratado por el frio, y en sus pies descalzos, que parecen irse hundiendo en la nieve, porque la infeliz no se aparta de allí y sigue pidiendo con la tenacidad del hambre.
De pronto llega un sereno, que encien.
de un farol situado frente al balcón; el gabinete recoge avaro un poco de claridad amarillenta, y las dos mujeres continúan mirándose; la mendiga tiritando de frio, la dama casi molestada por la viveza de las llamas de la chimenea, que se reflejan tem.
blando en la superficie barnizada de los muebles.
Callada y cautamente se abre la puerta que hay al fondo del gabinete, y entra un hombre que está perdidamente enamorado de la marquesa, con la cual va casarse dentro de quince dias. Procurando aho.
gar en la alfombra el ruido de sus pasos, llega hasta ella sin ser sentido por la dama, y parándose un momento a contemplarla, se detiene y vacila. Qué hará?
Cubrirle los ojos con las manos para preguntarle «quién soy? Sujetarle la cabeza contra los cojines de raso Ya va el hombre inclinarse, cuando de pronto la claridad del hueco del balcón atrae su mirada; a través de los vidrios ve la pordiosera; por la imagen refleja en un espejo ve su amante con la vista clavada en la mendiga, y con la rapidez del pensamiento comprende que alli, dos pasos, está la tela cia en con qui SU el aqui tanz hor diga deja lueg al b; esqy el al mos llaf que mer niev ma, rreti ΕΙ las ellas lágri andr trata

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