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Páginas Ilustradas OJOS DE SANTO NOVELA CORTA POR JENARO CARDONA CAPITULO la tasa Alla en la troje se ola la animadn charla de los dos muchachost ella, graciosa chi: quilla de doce años, lista y vivaracha, con esa acuciosidad infantil que revela desde la infancia la mujer casera y hacendosa, que se preocupa del orden y los quehace.
res diarios, El abundante cabello, negro, de un ne gro profundo como sus ojos; como las cejas graciosos arcos que parecían traza dos con un pincel mojado en tinta china llevabalo recogido hacia atrás con un pedazo de cinta azul, color de que era muy amante, quizá porque una tímida intuicien de coquetería infantil le había enseñado que tal color armonizaba muy lindamente, como el rosado, con los cutis morenos como el de ella El Sol, y el aire libre del campo, hablan puesto en sus mejillas esas rosas que acuSan, a más de excelente salud, un tempe.
ramento sanguíneo, rosas que se esfuma ban suavemente en su bello color moreno, formando ese contraste encantador que tanto gusta la generalidad de los hombres.
Era la chiquilla una armonia, la armo nía de la forma que se vigoriza en delicio sas curvaturas, en esa trasición tan precoz, aquí en los trópicos. de la infancia a le pubertad.
El chico, que apenas contaria catorce años, era de cuerpo enjuto, um tanto deli cado, pálido, con esa palidez tan común en los chicos de esa edad; pero Hamaban desde luego la atención sus grandes ojos pardos oscuros, de un iris formado por puntitos dorados que parecian brillar suavemente: ojos luminosos que miraban con inteligencia y dulzura, orlados por largas pestañas negras, todo lo cual le había va lido alguna vez el mote de ojos de Santo.
Tenia, además, el chico, una alta y her: mosa frente, nariz recta un tanto carnosa, y en la boca, de lineas fuertes y acentuadas, se dibujaban ya los rasgos de In energia y de la resolución Ambos estaban sentados, el uno frente al otro, sobre las mazorcas de mais que llenaban la tercera parte de la troje, y mantentan entre las piernas sendos. ca tos de mimbre en los cuales ibait echando el maiz medida que lo desgranaban de las mazorcas, previamente despojadas de Llamábase el chico Rafael Marian huérfano: de diez años habia sido recogi do por su padrino, uno de los gamonales más ricos y considerados de la villa de San Roque y dos años después lo habia mandado al padre Juan Bautista, cura del lugar, para que sirviese allí en los menes.
teres de la casa, y se fuese aficionando it las cosas de la iglesia, hacia las cuales manifestaba el chico una ardiente inclina ción. Poco poco lué tomando tanto gus to a dichas cosas, que cuando no tenia que desgranar maiz, dar de comer los cerdos y las gallinas, bañar el caballejo del cura, o barrer el patio y demas depen.
dencias de la casa cural, se escapaba para la sacristia. allí se estaba las horas muertas mirándolo todo y trasteando por los rincones con cuanto cachivache encontraba, pero eso sí, con todo el respeto veneración que siempre le inspiraron las cosas santas.
Pronto fué el brazo derecho del padre Juan, pues aun cuando el sacristán de la iglesia devengaba veinticinco colones mensuales, era todo un hamgán y señor den Cómodo, y aunque parezca exijeración más bruto que un becerro; pero así y todo comprendió bien pronto que el chico era listo y diligente, y poco a poco le fué car gando de quehaceres y obligaciones, a tal punto, que ya no se ocupaba ni en hacer las hostias que consumian los feligreses. Miri, Rufeillo, esta noche ends que tocar las ocho, pero a las ocho en punto porque tengo que in un rosario, y hav baile dan chocolate, y mañana tenés que barrene iglesia, porque tengo un dolor aquí en el brazo, que Dios me ayude, y ya que vas me tocais la misa y me la ayu.
das. No se te olvide limpiar los cando leros; audale el lustán a la virgen de Mercedes, porque el que tiene estava muy chorrico Sólo le faltaba agregar que fuera el úl.
timo del mes donde el mayordomo, retira ra la soldada de los veinticinco y se los

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